El matemático del siglo XVII Fermat (en realidad era abogado) se encontraba leyendo la Aritmética de Diofante de Alejandría, del siglo II a.C., cuando se le ocurrió una idea repentina, que planteó en el margen del libro. Esta idea se conocería después como Teorema de Fermat, pero la demostración no tendría lugar hasta 1993 gracias al joven matemático Andrew Wiles (Fermat no escribió la demostración en aquel entonces porque el margen del libro: "era demasiado estrecho"). Así que tuvimos que esperar tres siglos.
En un artículo publicado en la revista Elementos por John Lynch, el autor, en un delicioso ejercicio de esa insólita actividad que es el periodismo matemático, nos cuenta cómo comprendió que "la belleza del último teorema de Fermat radica en el hecho de que el problema en sí es tremendamente fácil de entender" (la cursiva es mía). Como no podía ser de otro modo, la demostración del teorema tuvo lugar en la Universidad de Princeton, la misma universidad en el que se desarrolla la película Una mente maravillosa.
Me llamó la atención que un problema tan complejo resultase tan "fácil" de entender. El teorema enuncia que es imposible dividir un cubo en suma de otros dos o un bicuadrado en otros dos bicuadrados.
Les cuento esto porque Fermat es uno de los pioneros de la Teoría de Juegos, área del conocimiento que hemos comentado en esta sección en algunas ocasiones y cuyo desarrollo ha resultado crucial para que la Guerra Fría no finalizase en un holocausto nuclear (asunto que jamás comprendieron los pacifistas hippies). Fermat estableció las bases de la teoría de juegos junto con Pascal (otra lumbrera: a los dieciséis años publicó su primer libro de matemáticas: Ensayo sobre las cónicas). Fermat y Pascal trabajaron por correspondencia (¡todavía no existía Internet!) sobre las probabilidades de ganar en el desarrollo de un juego bajo determinadas reglas en función del número de partidas, y en determinado orden, que ganasen los jugadores.
Al repasar las condiciones propuestas por Fermat para este tipo de juegos, se me ocurrió una variante que consistiese en que el ganador sería quien ganase la segunda partida. Bajo estas condiciones, se comprende que los participantes procurarían perder la primera partida, ya que de no hacerlo, darían ventaja al contrario; es decir, en la primera mano tendrían que jugar a perder. Ese planteamiento me llevó a la siguiente pregunta: ¿se puede presentar en la realidad una regla tan absurda como ésta? Y resulta que sí: sucede cada vez que hay elecciones en España.
Tenemos el convencimiento, y los medios de comunicación así suelen expresarlo, de que un determinado partido "ha ganado las elecciones". Esto sólo tiene lugar cuando los partidos en liza cuentan con un número muy similar de electores. Cuando se trata de tan sólo dos partidos quienes disponen de un gran número de electores potenciales, nunca gana uno de ellos, sino que pierde el otro. Y no sólo sucede en la política, la misma situación tiene lugar, por ejemplo, en un entorno de competitividad por un puesto dentro de una organización.
La democracia es un juego particularmente interesante porque los jugadores, en realidad, no son tales, sino que son votados, con lo que al final son los votantes quienes juegan y cuentan: se trata de un juicio, y no de un juego, en el que desempeña un papel sustantivo la suma de voluntades subjetivas, las cuales, por definición, no se sirven de criterios objetivos, sino emocionales. Entonces, ¿qué tipo de estrategia política preelectoral lleva ventaja? Evidentemente, la que no se sirve de criterios exclusivamente racionales.
La parte mala de este asunto es que las mentes preclaras que se excedan en el manejo de la irracionalidad pueden llegar a producir disparates dentro de escenarios de pura demencia. El ejemplo actual viene dado por la forma de comunicación política propias del PP y del PSOE. Observen que el primero otorga prioridad a aspectos tales como el crecimiento del PIB o los indicadores relativos al empleo o la inflación, mientras que el segundo se obceca en cuestiones que atañen a viajes fantasma a Marruecos, vinculaciones de malhechores con el Gobierno y cosas así. La estrategia de este último partido tiene un fondo de sensatez (es lo que algunos cronistas denominan "procedimiento de acoso y derribo") y además se apoya en la creencia de que los electores no analizan los datos del PIB y de los demás indicadores para decidir su voto. El fallo está en que los electores no lo hacen directamente, sino que lo que analizan son sus condiciones particulares de vida, empleo, estabilidad y perspectivas personales y familiares. Los electores jamás interpretan los resultados de la acción de un gobierno, sino los resultados de los resultados, algo que, como consignábamos más arriba con palabras de John Lynch, es tremendamente fácil de entender.
Por supuesto, podría demostrar matemáticamente lo que les acabo de decir. Pero al igual que le sucedió a Fermat con su famoso teorema, el director de esta publicación no me ha dejado más espacio para hacerlo.
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