Ejercicio de campo para saber lo complicado que es jugar bien al tenis: con las grabaciones de las mejores jugadas de los grandes maestros, introducirse en una pista y tratar de imitar sus movimientos. No me refiero ya a la preparación física o la resistencia psicológica, ni tampoco a la exactitud, la potencia y la sucesión lógica de los golpes; eso es sólo para profesionales. Hablo de tratar de imitar un movimiento, uno sólo. Hablo de concentrar la atención exclusivamente en un golpe. Por ejemplo, el revés de espaldas a la red que patentó Guillermo Vilas. O el revés a dos manos de Bjorn Borg. O el aparatoso servicio de John Mc Enroe. Imposible. Sufrí más de una luxación al tratar de seguir los pasos del genial tenista argentino. Nunca me salió, y cuando no me pasaban por arriba, lo hacían por los lados o sencillamente se me caía la raqueta al suelo. Un desastre.
Ahora leo que Sampras entona en la prensa el canto del cisne. Parece mentira pero es verdad. Al estadounidense le pesan los años, aunque quizás haya cedido también en su resistencia mental. De eso no hemos hablado, pero la soledad del circuito acabó con más de uno (ahí está, sin ir más lejos, el caso del sueco Mats Wilander), y Pete reconoce que pasaron a la historia los años de su mejor juego. ¿Estamos ante el mejor tenista de la historia? Yo creo que sí. Sampras era (es) sencillamente perfecto, el modelo ideal a seguir en todas las escuelas del mundo. No tenía un sólo defecto, como no fuera su carácter insípido. Pero nunca se aburguesó en la pista, aunque ahora está muy lejos del mejor Sampras que hayamos podido ver.
Pete Sampras, que ahora liderará al equipo estadounidense que se enfrente a España en la Copa Davis, se ha caracterizado por ser un jugador gestualmente comedido. Siempre me recordó a esos actores británicos que con muy poco lograban expresar mucho. En su día supuso un bendito toque de normalidad para un “circo” en el que posteriormente han ido apareciendo demasiados payasos (y no estoy pensando en “Guga” Kuerten). Sampras, que era el “tenista 10”, no llegó al corazón de unos aficionados muy mal acostumbrados a ver sobre la pista a rockeros, modelitos de lencería fina, saltimbanquis y demás ralea. Ese era, en cualquiera de los casos, su problema, y no el del gran Pete. “Nike” le despidió por aburrido, como si un jugador de tenis tuviera que contar chistes entre punto y punto. Y es que los “creativos” son la leche.
Tardaremos mucho tiempo en volver a ver en acción a un tenista como Sampras. Entretanto, y para aquellos que duden aún del fenómeno que fue sobre la pista, ejercicio de campo al canto: traten de bailar como Nureyev y jugar al tenis al mismo tiempo. ¿Imposible?... No, Pete Sampras.

El “tenista 10”
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