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Recibo la noticia del nuevo encarcelamiento de Jesús Gil mientras almuerzo con Miguel San Román, ex portero del Atlético y en la actualidad representante de Luis Aragonés, y Luiz Pereira, actual entrenador del filial rojiblanco e historia viva del equipo colchonero. Da la casualidad que, en el mismo restaurante, coinciden también Toni y Lluis Carreras, jugadores de la primera plantilla, que se enteran por la Cadena Cope de la desagradable noticia. El Atlético de Madrid vuelve a quedarse descabezado, y justo en el momento más importante de la temporada. A todo el mundo le disgusta, pero nadie se sorprende. Yo, por lo menos, no me sorprendo. La prisión para Gil estaba en el guión, ya fuera por la malversación de fondos públicos del Ayuntamiento de Marbella o por el "caso de las camisetas". No había escapatoria para él... ¿Y para el club? ¿Hay escapatoria posible para el club?

Jesús Gil y Gil se encuentra en un laberinto personal del que va a tener difícil escapatoria. Y no sólo él. También su hijo Miguel Ángel, igualmente imputado por el "caso de las camisetas", o el vicepresidente Enrique Cerezo. Gil, que como el resto de españoles será inocente mientras la justicia no sea capaz de probar lo contrario, ha "arrendado", de un tiempo a esta parte, la Audiencia Nacional como si se tratara de su segunda vivienda, y los Juzgados de la Plaza de Castilla como si fuera el apartamento de la playa. Vive allí, y él mismo se lo toma ya a chirigota. Dice que todo se debe a una maniobra política, una conjura contra su persona. Los jueces opinan todo lo contrario. Coincidiendo con la tormenta personal de su presidente, el Atlético de Madrid atraviesa por la peor crisis de toda su historia. ¿Y ahora qué?

Está claro que el ciclo de la familia Gil al frente del club ha llegado a su fin. Otra cosa es que quieran verlo así sus protagonistas directos. Cuanto más tiempo tarden en llegar a esta conclusión, más sufrirá el club. Jesús Gil, que accedió a la presidencia en un momento muy delicado, lleva quince años como máximo responsable y dueño absoluto. Ya está bien. A la espera de que nos demuestre a todos los mortales que no son molinos de viento sino gigantes, el Atlético se merece algo mejor, un poquito de tranquilidad en su regreso a la Primera División. Una vez que se aclaren las cosas, siempre podrá acudir al palco del estadio Vicente Calderón como un socio más.

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