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Diana Molineaux

Bush y Abdullah: Las manos atadas

Aparte de los ocho puntos presentados por el príncipe heredero saudíta Abdullah a Bush en la Casa Blanca, se sabe poco de las cinco horas de reunión en el rancho de Crawford. Contrariamente a lo habitual, la falta de noticias parecería en este caso una mala señal, si no fuera porque, poco a poco, se van filtrando más detalles a cuentagotas que indican un verdadero esfuerzo para una cooperación entre dos regímenes tan distintos y con visiones tan contrapuestas del Próximo Oriente.

La reunión del pasado jueves tuvo tanto de amistosa como de ultimátum, algo que el propio príncipe ya anunció públicamente antes: era la última oportunidad de Estados Unidos para recuperar algo de su crédito ante el mundo islámico. Pero Abdullah se ha quedado en Texas y sigue hablando con la Administración de un presidente que dedica esta tin de semana más a la política internacional que a disfrutar de su amado rancho. La delegación saudita, que tenía previsto marcharse este domingo, consideraba prolongar su estancia para seguir negociando y es muy probable que la aceptación israelí de la propuesta para acabar con el sitio de Ramala les haya dado esperanzas.

Pero también podría ser una señal de las prisas de Abudllah que, igual que Bush, tiene poco margen de maniobra: El presidente está más preso que nunca de los intereses israelíes, porque se les suma el anti-islamismo desencadenado en los Estados Unidos por los atentados del 11 de septiembre y cambiar lahora a política exterior en aras de la paz en el Oriente Próximo sería casi un suicidio electoral.

En cuanto al príncipe, la evolución social registrada en la misma Arabia Saudí le obliga a desafiar la política palestina de los Estados Unidos. Una fidelidad excesiva a la Casa Blanca enfrentaría a la familia real saudí abiertamente con todo el mundo musulmán, desde los fundamentalistas iraníes hasta los cada vez más numerosos progresistas de la Península Arábiga.

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