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Diana Molineaux

Esperando a Fidel

El viaje de Jimmy Carter a Cuba es el primero de un presidente norteamericano a la isla desde que Fidel Castro la gobierna y el Departamento de Estado, que autorizó la visita, le pidió antes de salir que abogue por una transición pacífica a la democracia. Carter llega tarde, porque ninguna petición puede ser más contundente que las 11.020 firmas de los cubanos que tuvieron el coraje de desafiar las iras del régimen al poner sus nombres y apellidos reclamando un referéndum para consultar al pueblo si quiere continuar con el sistema que ha convertido al segundo país más rico de Iberoamérica en el segundo más pobre.

En realidad, Carter va “para explorar las posibilidades de otra política hacia Cuba”, con la agenda de los congresistas que quieren reducir el embargo y tender una mano a la Habana, como ya hizo el propio Carter durante sus años de presidente, en que no desperdició ocasiones de hacer bien sin mirar a quien. Quizá haya olvidado que Castro acostumbra a responder con coces a quienes le tienden la mano, como ya le ocurrió al ex presidente norteamericano cuando envió a Fidel una representación diplomática y recibió de Cuba millares de “marielitos” salidos de cárceles y manicomios, que aún ocupan hoy prisiones norteamericanas.

Algo parecido le pasó a Bill Clinton, cuyos intentos de acercamiento a Castro acabaron con el derribo de las avionetas de Hermanos al Rescate en el espacio aéreo internacional próximo a Cuba. A la edad de Fidel, es difícil cambiar de costumbres y difícilmente podrá avenirse a perder al enemigo norteamericano que ha sido la razón de ser de su régimen durante más de cuatro décadas. En vez de esperar aperturas, lo prudente es esperar cuál será el nuevo desplante de Castro.

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