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Enrique de Diego

Libertad religiosa y mezquitas

Es curioso hasta qué punto el sentido común se distorsiona bajo la dictadura –o dictablanda– de lo políticamente correcto, donde la clave no es la racionalidad sino la falsa apariencia de moral en la pose. En ese sentido, lo que en Francia se conoce como los laicos, en el caso de España, bajo el complejo progresista, vienen defendiendo un criterio absoluto sobre la libertad religiosa, que resulta medieval y ampliamente contradictorio. ¿Puede predicarse, en nombre de la libertad religiosa, que el varón es superior a la mujer? ¿Puede predicarse, en nombre de la libertad religiosa, que el apóstata sea asesinado o que es legítimo utilizar la violencia para imponerse al “infiel”? Sí, según nuestros progres, que tratando de ser tales en el fondo terminan identificándose con el integrismo.

La idea de que un ámbito de culto establece una patente de corso para difundir cualesquiera propuestas es una idea que hubiera escandalizado a los padres de la democracia y a los liberales de toda laña. Pero aún hoy en día, los mismos progres se rasgarían las vestiduras si algún clérigo católico o cristiano predicara la conveniencia de que las mujeres llevaran un pañuelo en la cabeza, como signo de su discriminación. Protestaron en su día porque las católicas lo llevaran en el interior de las iglesias. Por supuesto, si algún fraile predicador reivindicara el discurso de Torquemada y propugnara que herejes y apóstatas debían ser quemados en la plaza pública, habría una posición de rechazo completa. Contra eso lucharon las generaciones anteriores. No lo consideraron una “excepción cultural”. Tal cuestión es absolutamente contraria a la Constitución, y a la misma esencia previa de la democracia, que son los derechos personales. La tolerancia no es la neutralidad frente a cualquier idea intolerante.

Resulta cuanto menos extraño que ante la religión musulmana sea preciso abjurar de cualquier sentido crítico, de cualquier análisis de contenido y de cualquier consideración sobre algunas ideas predicadas pueden estar inmersas en responsabilidad por el Código Penal. Por ejemplo, la jihad en el sentido más habitual de agresión para violentar las conciencias o difundir la fe es una de las variantes de la apología del terrorismo. La Iglesia católica es criticada por considerar la práctica homosexual como pecado, aunque ello queda en el ámbito moral (hoy en día, en su momento pasaba por la hoguera), y esto es denunciado con acritud, pero el hecho de que el mundo musulmán considere que esa práctica ha de ser perseguida con penas físicas, al parecer, debe ser respetado (recordar las críticas a Pim Fortuyn por calificar en la materia a la cultura musulmana de “atrasada”, lo que se consideró “agresivo”). Si alguien me consigue explicar estas contradicciones de nuestros progres a lo mejor ha dado un paso decisivo para curar la esquizofrenia.

En España

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