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Javier Ruiz Portella

España rancia 3 – Paraguay 1

No, no han llegado a titularlo así, pero ganas no les faltan. Es cierto que también lo hubieran podido titular: “Estado español 3 – Paraguay 1”. En todo caso, lo indudable es que se les empieza a notar un poco nerviosos. Escuchémosles. “Si a más a más del rancio españolismo de la Operación Triunfo, Rosa de España y la Eurovisión…, que sí, que nuestras buenas pelas nos ha dado, ¡y tanto!, pero una cosa es “hacer país” y otra “hacer pelas”; si después de esto van y, a pesar de los esfuerzos del chico ese Pujol que ha metido un gol en propia puerta, el Estado español pasa a cuartos de final, y ya no digamos a la semifinal; o si llegan a ganar la Copa del Mundo (¡no lo permita la Moreneta!), ay, entonces si que…”

No lo dicen, por supuesto. Pero lo piensan. Y cuando por una bendita vez toda España vibra con algo que, por deformado y grotesco que sea, tiene un vago parecido con el sentimiento nacional, ¿cómo reacciona entonces la prensa y la televisión nacionalista, lo cual es tanto como decir: los medios de comunicación sin más de las masas catalanas? Salvo error u omisión, sin una sola retransmisión en directo en catalán (sólo las cadenas radiofónicas nacionales transmiten los partidos en español y ni siquiera estoy seguro de que las cadenas catalanas hayan enviado un solo corresponsal a Corea), con una correcta cobertura en el ámbito estrictamente deportivo, y con el habitual deslizamiento de frases sibilinas. Como, por ejemplo, este comentario de un hincha catalán partidario de ya no sé qué selección (muy cosmopolita el hombre), que iba diciendo en la televisión (de pasada, eso sí, que aquí las cosas se hacen de manera ladina y sutil): “Yo paso de España y de su selección”.

¿Y la gente?… ¿Y el hombre de la calle?…, preguntarán quizá desde el resto de esta España que se encandila con la manera tan civilizada y democrática —dicen— como los nacionalistas catalanes defienden sus posturas. Pues la mayoría reacciona más o menos con alegría parecida a la del resto de los españoles (aún no han conseguido que dejen de serlo del todo), pero sin gran entusiasmo, sin verdadera pasión. Como es lógico, como no puede ser de otra manera, dado el clima suscitado.

Y mientras tanto, toda la prensa, incluidos respetables periódicos otrora conservadores como La Vanguardia, por ejemplo, unen sus voces al coro episcopal para lamentar o poner peros a la ilegalización de ETA. Quiero decir: a la ilegalización de lo que durante veinticinco años ha sido —llamemos las cosas por su nombre— la ETA legal.

Todo va pues de lo mejor. La paz, la convivencia, la tolerancia y la democracia siguen imperando en esa Cataluña que constituye a ojos de todos un parangón de virtudes. En esa Cataluña a la que el otro día, por cierto, vino Nicolás Redondo Terreros en lo que fue su primera comparecencia pública, fuera de las Vascongadas, desde que los socialistas ofrecieron su cabeza a Arzallus. Vino invitado por Convivencia Cívica de Cataluña, la plataforma creada por otro célebre defenestrado cuya cabeza fue ofrecida a Pujol por parte del otro partido de nuestra partitocracia: Alejo Vidal-Quadras. El acontecimiento tenía una enorme trascendencia política, como lo pudo apreciar la enorme muchedumbre… de apenas cien personas que llenábamos una pequeña sala del Colegio de Periodistas. También lo pudieron apreciar los cuatro —dije 4— representantes de la prensa que al día siguiente dieron cumplida nota del evento en una pequeñita nota publicada en La Vanguardia y en el suplemento catalán de ABC.

En España

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