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Javier Gómez de Liaño

Apología de la paridad

El Consejo de Gobierno de Castilla-La Mancha acaba de aprobar un proyecto de ley para asegurar la igualdad absoluta de la mujer con el hombre en la vida parlamentaria regional. La verdad sea dicha, a mí la idea –lo mismo que me ocurrió con una iniciativa parecida que tuvieron los franceses hace dos años– me desconcierta y pienso, no sin reservas, que hoy que la mujer está debidamente emancipada, la comparación de los dos sexos por esta nueva vía es una torpeza. El señor presidente castellano-manchego ha vuelto a poner de moda el feminismo –aquello que tuvo más de represalia que de reconquista– y ahora quiere luchar por lo que se llama paridad. El señor Bono ha reinventado los cupos y está empeñado en repartir escaños a modo de chico, chica, chico, chica... y así, hasta llenar el Parlamento regional.

Estoy en contra de iniciativas como ésta y proclamo que con el artículo 14 de nuestra Constitución o con el triple grito de Libertad, Igualdad, Fraternidad, se puede evitar la desigualdad, si es que existe. Nada peor ni más ridículo que los eufemismos o las exhibiciones de progresía y demagogia, a partes iguales, como esa nueva costumbre de decir españoles y españolas, trabajadores y trabajadoras, ciudadanos y ciudadanas y, no digamos, jóvenes y jóvenas, impuesta por algunos políticos y comunicadores.

Tengo para mí que la inteligencia, lo mismo que la capacidad, se reparte al margen de los sexos y, de otro, que si se admite el sistema, ¿por qué no aprobar también un proyecto de ley encaminado a alcanzar la paridad para la provisión de plazas de médicos, ingenieros, taxistas, abogados o jueces de su Comunidad Autónoma? Y se me ocurre que ¿por qué a los bajos, a los gordos o a los calvos, por los que siento un gran respeto, no se les adjudica media docena de escaños?

Ahora que las mujeres están correctamente valoradas, esto de reservarles la mitad de las listas electorales, simplemente por que sí y al margen de méritos o aptitudes, me parece, dicho sea con todos los respetos, una necedad. Creo que el terreno en el que desea moverse el señor Bono es pantanoso y que su iniciativa es tratar a la mujer como una especie a proteger. Si la mujer, igual que el hombre, está preparada para la política –y ejemplos que todos tenemos en la memoria prueban que lo está–, debe ser elegida por lo que vale y no porque forme parte de una cuota. Hacer lo que el gobierno de Castilla-La Mancha se propone hacer es volver a la humillante incultura del sexo. Es de esperar que las mujeres, que las hay muy sensatas y agudas, no caigan en la trampa de este nuevo piropo político que lo único que busca es la conquista del voto. Aquí hay truco seguro y pienso si acaso el señor Bono se ha olvidado que gobierna sobre personas con igual dignidad que el mismo.

Si esto que escribo resultase defendible, sería bueno que los ciudadanos de Castilla-La Mancha y de España entera no dispensásemos a la propuesta que comento mayor importancia que la de una noticia pintoresca, y que pronto, a ser posible mañana, la olvidásemos. A nadie, sea hombre o mujer, blanco o negro, católico o protestante, le gusta que le engañen.

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