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Junto a la violencia y la estupidez, a la inseguridad ciudadana y la demagogia política, hay un cáncer que permea toda Iberoamérica. A los países más afortunados, los salpica. A los menos afortunados, los empapa. Y a los más castigados por el destino geográfico y por sus propios errores, sencillamente, los ahoga. Pero ningún país iberoamericano está libre de la corrupción institucional del narcotráfico. Y en ninguno puede decirse que la amenaza haya decrecido. Tampoco que sea un indeseable producto nacional destinado esencialmente a la exportación. En los países como Colombia, Bolivia, Perú y Ecuador, el consumo siempre ha sido alto, pero ahora no deja de aumentar y no tiene nada que ver con tradiciones ancestrales. El jovencito menor de edad que se pincha heroína en un barrio elegante de Lima no tiene nada que ver con el campesino incaico que hallaron los descubridores españoles, con la bola de hoja de coca en el carrillo para combatir el soroche y también para aumentar su productividad. La muchacha de quince años que se prostituye desde hace dos, que es adicta al crack desde hace uno y que un día aparece en el programa de Laura Bozzo peleando a bofetones falsos por tres maridos verdaderos con otras tres esposas ciertas, no está haciendo ofrenda de su perra vida a la Pacha Mama.

Pero si el consumo y la delincuencia asociada es la primera causa de muerte y destrucción de todos los “poblados jóvenes” de América, la corrupción de las instituciones judiciales, legislativas e incluso ejecutivas de esos países asegura que desde el Estado no se va a poner remedio a su devastación, sino que se aspira a convivir con ella, antes de pasar a defenderla. Una lista de políticos colombianos que cobraban dinero de los narcos para sus carreras políticas y sus cuentas nada corrientes, ha sido activada o actualizada en un tribunal floridiano dentro del proceso de extradición del narco Patiño. El ex-Presidente Samper, su mano derecha Horacio Serpa, fallido candidato presidencial, y otros grandes nombres de la facción del partido Liberal que apoyaba a Samper pueden verse ante los jueces de Florida, por el juicio a Patiño o por lo que se derive de sus relaciones con él. Y si las pruebas pueden ser dudosas, la convicción general es que esa relación no admite duda alguna. Ya se archivó en Colombia en su día pero, según se denunció, por presiones políticas más que por convicciones judiciales.

Lo terrible es que la gravedad de este mal, como sucede con tantos otros en Iberoamérica, ni siquiera se plantea públicamente. Supondría tal ejercicio de sinceridad y ética civil que las naciones que lo llevaran a cabo podrían empezar a entreabrir las puertas del futuro. Pero la purga en los tres Poderes y en la Administración del Estado debería ser tan severa, extensa y radical que ningún país, ningún político con ínfulas presidenciales, se atreve siquiera a propugnarlo. El narcotráfico es el excipiente multiplicador de todos los males y peligros tradicionales de Iberoamérica. Y, además, el peor de los peligros. Por desgracia, ante este flagelo continental, las clases dirigentes están más desguarnecidas y desbordadas que ante la endémica plaga de la guerrilla comunista. Quizás porque, como son cada vez más la misma cosa, es ya imposible luchar contra una sin atacar a la otra. Y generalmente se opta por no combatir en serio a ninguna de las dos. Así va todo.

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