Hay que ser humildes; el idioma lo hace el pueblo. Bien es verdad que en ocasiones también lo destroza. Hay un verbo coloquial que a mí me fascina: “descambiar”. Las personas que presumen de leídas arguyen que se trata de un vulgarismo, de un error. Según ellas, habría que decir “cambiar”. Pues no, señor. Cuando uno realiza una compra está cambiando su dinero por el artículo deseado. Estamos ante un cambio, un intercambio comercial. Pero luego, ese mismo comprador advierte que el artículo adquirido no es de su agrado o tiene algún defectillo. En cuyo caso acude otra vez al comercio y pide que le devuelvan su dinero después de devolver el artículo en cuestión. Es evidente que esa segunda operación consiste no tanto en cambiar como en descambiar. Por esta vez el vulgarismo tiene razón. No la tienen los que consideran que esa es una expresión barriobajera o por lo menos retorcida. No puede haber una economía comercial sana sin el derecho a descambiar las compras inadecuadas. Queda destronado el principio latino de cáveat emptor (el comprador debe andar con cuidado porque las compras no pueden deshacerse).

Descambiar

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