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Fumadores, los nuevos negros

Las elecciones americanas del 5 de noviembre aportaron interesantes sorpresas, la mayoría de ellas positivas. Por primera vez desde la Guerra Civil, el partido gobernante alcanzó la mayoría en el Senado en una elección a mitad del período presidencial y por tercera vez en cien años aumentó los escaños en la Cámara de Representantes. Esto permitirá la reducción de impuestos para reactivar la economía, que se adelante en la reforma del sistema estatizado de pensiones que perjudica especialmente a los más pobres, que se limiten los flagrantes excesos de los abogados litigantes y se proceda con la designación de jueces respetuosos de la Constitución, para que los cargos judiciales no se utilicen para avanzar la ideología socialista.

Fue particularmente esperanzador oír a Jeb Bush, a raíz de su reelección como gobernador de Florida, hablar de “gobierno limitado”, una expresión que los padres fundadores de la patria siempre tenían a flor de labios, pero que los políticos modernos suelen olvidar en la búsqueda de ampliar su poder, premiar a los grupos que los apoyan y eternizarse en el cargo.

Pero ni siquiera aquí, en la Florida, todas fueron buenas noticias. El tamaño del gobierno sigue creciendo a través de enmiendas a la constitución del estado, en las que grupos que conforman mayorías circunstanciales nos imponen su manera de pensar. A menudo, esas mayorías disfrutan poniéndole la mano a la propiedad de alguna minoría para recibir servicios “gratuitos” adicionales o para hacer caridad pública con el dinero de otros.

Como escribe mi amigo chileno Alvaro Bardón: “los gobernantes deben ser elegidos por la mayoría, pero no para restringir la libertad, cosa que ocurre al entregar más recursos al Estado o normarlo todo…“. Los derechos naturales de las minorías son así abusados bajo la fraudulenta bandera del bien común y la democracia se corrompe, convirtiéndose poco a poco, casi imperceptiblemente, en una dictadura de las mayorías. La grandeza de Estados Unidos surgió de iniciativas individuales, de gente a quien no le importaba comportarse y vivir de manera diametralmente diferente a lo que entonces se consideraba “políticamente correcto” en las monarquías europeas. Pero la tendencia política norteamericana de las últimas décadas ha sido tratar de homogeneizar a la población, haciendo que las supuestas virtudes de la mayoría sean acatadas como ley por infinidad de grupos minoritarios que conviven pacíficamente.

Alrededor de 70% de los electores de Florida votaron a favor de prohibir fumar en lugares de trabajo, incluyendo 12 mil bares y restaurantes, violando así los derechos de propiedad de sus dueños. La excusa es protegernos de riesgos a la salud supuestamente causados por el humo de terceros. Pero no ha sido científicamente comprobado que eso nos perjudique. Y aún de ser así, la historia comprueba que la libertad de elegir, de comprar y vender, es un determinante mucho más eficiente de lo que a la gente le conviene que la mano muerta del gobierno. Si la gente lo quisiera, habría restaurantes para no fumadores.

Es interesante observar que Philip Morris no intervino con propaganda en el proceso. Pienso que la guerra contra el cigarrillo le ha asegurado a esa empresa una posición casi monopólica y por ello sus acciones han sobrevivido la debacle de la Bolsa.

Yo no fumo y confieso que años atrás a veces me molestaba el humo en los aviones y restaurantes. Pero la guerra contra el cigarrillo ha sido un fraude político tan grande, con el fin específico de llenar de dinero las arcas estatales y los bolsillos de abogados litigantes, que cuando veo a alguien disfrutando un tabaco o aspirando su cigarrillo antes de entrar a una tienda, lo miro con simpatía por el valor de ser diferente, antigua característica del americano. Me provoca prender un cigarrillo y recuerdo que de muchacho en un colegio interno, cuando íbamos al cine del pueblo los latinoamericanos nos sentábamos del lado de los negros, en solidaridad contra la discriminación de entonces en este país.

Carlos Ball es director de la agencia AIPE y académico asociado del Cato Institute.

© AIPE

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