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Saque y volea, saque y volea

Al concluir el Abierto de Australia, el equipo de asesores de Patrick Rafter se reunió para saber qué había ocurrido exactamente en su partido contra el estadounidense Andre Agassi. A Rafter le acusaban de no soportar la presión en su propio país, pero su hermano Steve, que hacía también las veces de manager del fenomenal jugador, y el doctor Peter Larkins, llegaron a la conclusión de que existía algo que pesaba mucho más que su presunta endeblez psicológica. Rafter sudaba mucho, con exceso, y aquellas barba y cola de caballo suyas no le ayudaron a la hora de transpirar.

La ropa diseñada por “Reebok” rezumaba humedad por los cuatro costados, impidiendo al número uno australiano desenvolverse con normalidad por la pista. Y aquí viene lo mejor; los especialistas llegaron a la conclusión de que Rafter arrastraba un kilo de más, un kilo que no era suyo y que lastró aquel juego de saque y volea que le había hecho mundialmente famoso. ¿Debía afeitarse Rafter? ¿Tenía que cortarse el pelo al cero? Lo que estaba claro es que Steve convocaría una reunión urgente con la gente de “Reebok” con el objetivo de diseñar unas prendas deportivas que tuvieran un tejido especial para su hermano. Eso es el tenis profesional.

Ahora Patrick Rafter, uno de los tenistas con más talento e intuición de la última década, ha anunciado su retirada definitiva de las pistas por “falta de motivación”. Vive en Bermudas, se casó con Lara y acaban de tener un hijo, Josh. Seguro que ejemplos como el anteriormente expuesto (encontraríamos mil) habrán decidido al australiano para emprender la retirada, más incluso que los terribles problemas que le da su hombro derecho. Ahora, después de un “año sabático”, tendría que empezar otra vez desde el inicio, y eso es demasiado para cualquiera.

Tuve un profesor argentino de tenis que nos insistía siempre en lo mismo: “saque y volea, saque y volea”. Jugábamos en “tennisquick” y tras el saque —disciplinados— buscábamos con ahínco la red para volear como nos mandaba el “teacher”. Unas veces llegábamos demasiado pronto, otras un poco tarde. Y de aquellas ocasiones en que nuestro servicio entraba y lográbamos plantarnos en la red —“saque y volea, saque y volea”— antes de que llegara el inevitable resto, la mayoría devolvíamos fuera la bola, o demasiado floja, o iba bien dirigida y con la fuerza adecuada pero salía por milímetros... Aquello del “saque y volea” era una ciencia, y el Nobel era Rafter. Por eso Steve estaba tan preocupado con aquel maldito kilo de más, y por eso —y por Josh— Patrick prefiere ahora jugar con su hijito en la pista de su complejo residencial en Bermudas. Que saque y volee otro.

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