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Víctor Llano

El cubano de la Fundación Hispano Cubana

Todos los que en Madrid llaman a la puerta de la Fundación Hispano Cubana únicamente encuentran allí a un cubano, y ese es el profesor, poeta y periodista Orlando Fondevila. Huérfano de un inmigrante español, tenía 17 años cuando triunfó la revolución castrista y como millones de isleños humildes esperó algo bueno del drama que entonces comenzaba. Sin embargo, muy pronto descubrió quiénes eran y qué pretendían los que se hacían pasar por defensores de los pobres. Sufrió su primer desengaño cuando sus compañeros de la “Asociación de Jóvenes Rebeldes” le invitaron a lo que para ellos era una fiesta y que consistía en presenciar un fusilamiento. Después de negarse a asistir a semejante espectáculo, soportó la tiranía durante 37 años, hasta que en 1997 logró escapar de la isla cárcel. En la actualidad escribe y publica poesía, es articulista de varios periódicos del exilio, redactor de la revista de la FHC y comentarista de Radio Martí en España. Los que le conocen saben que Fondevila es un gran conversador y un cubano honesto, que será feliz mientras pueda –como pretendía su admirado José Martí– echar sus versos del alma.

“La tiranía comunista cubana no tiene futuro”


Pregunta.-¿Cómo recuerda el triunfo de la insurrección castrista?

Respuesta.-Cuando comenzó la gran debacle tenía 17 años, vivía en La Habana, estaba desocupado y, como millones de cubanos, me dejé deslumbrar por el proceso revolucionario. Procedía de una familia humilde y era un indocumentado en materia política, lo que me situaba entre los grupos proclives a entusiasmarse con lo que se presentaba como una revolución de los pobres. Mi padre –español de la provincia de Orense– había muerto cuando yo tenía 2 años, y mi madre, hija de españoles, trabajaba como envasadora en la empresa de confituras “La Estrella”. Nuestra vida no era fácil y, en un principio, carente de toda formación política, me dejé arrastrar por la marea que nos llevó al desastre. Sin embargo, muy pronto comprendí lo que significaba todo aquello. Una noche, los que entonces eran mis compañeros de la “Asociación de Jóvenes Rebeldes” –organización en la que nos inscribimos para hacer méritos revolucionarios los que no teníamos ninguno– me invitaron a presenciar uno de los miles de fusilamientos que se perpetraron en Cuba al comienzo de la tiranía; yo me negué a asistir a aquel espectáculo espantoso y desde entonces me situaron en el grupo de los que calificaban de “flojos”. Tenga usted en cuenta que a los que fusilaban se les acusaba de haber torturado y participado en crímenes horribles. Fueron muy pocos los que se atrevieron a cuestionar los juicios sumarísimos y las sentencias de muerte dictadas por los tribunales revolucionarios. Casi todos veían aquello como el último episodio de una guerra. No olvide que no nos enterábamos de todo lo que ocurría. Pasaron muchos años antes de que yo conociera que Raúl Castro había fusilado –en masa y sin juicio– a 70 personas en la Loma de San Juan, provincia de Santiago de Cuba. Sin embargo, mucho antes de conocer este y otros hechos igual de terribles, yo me había alejado de una ideología que no podía compartir.

P.-Usted era entonces muy joven y su familia no contaba con recursos para ayudarle, ¿cómo se las arregló para sobrevivir al margen de las organizaciones comunistas?

R.-- Ocupándome en distintos empleos ocasionales, hasta que por no hacer el Servicio Militar Obligatorio, me inscribí como maestro, estudios que cursé sin dejar de trabajar. Después de ejercer esa profesión, me licencié en Psicología y me coloqué en el Instituto de Perfeccionamiento Educacional, centro en el que también fui profesor de Literatura Española. Allí permanecí hasta 1989, aunque mucho antes, en 1980 –cuando más de cien mil cubanos huyeron de la isla– yo también intenté escapar de allí. Entonces no pudo ser, mi mujer no quiso separarse de sus familiares y no quise irme solo y dejar en Cuba a una hija de siete años.

P.-¿Cuándo y por qué le expulsan del Instituto de Perfeccionamiento Educacional?

R.-- En 1990, meses después de integrarme en la incipiente disidencia; primero en la “Asociación de Periodistas Independientes”, luego en el “Consejo Nacional de los Derechos Civiles” con Chaviano, que hoy está preso, y más tarde en el “Movimiento Demócrata Cristiano” que dirigía María Valdés Rosado. A partir de entonces, no sólo perdí mi empleo, también sufrí muchas detenciones y registros.

P.-¿Cómo logró subsistir sin trabajo, hostigado y sin dinero?

R.-- Gracias a la caridad pública. En aquel tiempo los disidentes casi no recibían apoyo, ni siquiera me pagaban los artículos que me publicaban fuera de la isla. Así estuve hasta 1997, siete años sin ganar un peso. Gracias a un amigo conseguí trabajar en una panadería sin recibir ningún salario. No obstante, me regalaban tres barras de pan, me quedaba con una y las otras dos las vendía para obtener un poco de dinero. Pero ni siquiera con esto pude contar por mucho tiempo. A los pocos meses de estar allí, el que entonces era mi jefe, me informó de que la policía política me había prohibido la entrada al local.. Sobreviví gracias a la ayuda de mi familia y de antiguos compañeros de trabajo que se portaron muy bien conmigo, pero llegué a enfermar por la falta de alimentos. La verdad es que lo pasé muy mal, de manera especial a partir de 1996, después de que el régimen castrista derribara las avionetas de “Hermanos al Rescate”. Tras este crimen arreció el hostigamiento al que me tenían sometido, hasta que en una de las últimas detenciones, los agentes de la Seguridad del Estado me enseñaron lo que ellos llamaban mi expediente y me advirtieron de que si no abandonaba la isla sería encarcelado. Entonces, enfermo y acorralado, decidí intentar la salida del país y llegar a España, donde sabía que tenía familia. Gracias a la intermediación de Guillermo Gortázar –a quien había conocido en un viaje que había realizado a La Habana– conseguí abandonar la isla, llegar a Madrid y obtener el asilo político en 1997. Desde entonces colaboro en la Fundación Hispano Cubana, soy redactor de su revista, escribo artículos para varios periódicos del exilio y he publicado dos libros de poemas: “De cosas sagradas” y “Poesía desde el paraíso”. De España sólo puedo hablar bien, no sólo de mi familia, también de todos aquellos que me han ayudado.

P.-¿Volverá a Cuba?

R.-- Seguro. No lo dude. Algún día regresaré a La Habana y, como hago ahora desde Madrid, colaboraré en lo que pueda. Hay mucho que hacer allí. La tiranía no tiene futuro, puede durar dos días, seis meses o dos años, pero es un régimen agotado en el que nadie cree. Los cómplices de Castro son políticos mediocres que no despiertan ni simpatías, ni confianza. Además, no estamos en 1957, hoy los cubanos saben que el comunismo ha fracasado en todo el mundo.

P.-Usted recibe a muchos de ellos en la FHC, ¿no le parece que los últimos exiliados quieren alejarse de toda causa política y concentrarse únicamente en resolver sus innumerables problemas?

R.-- Hay de todo. Después de 44 años de mentiras y desengaños, son muchos los que no esperan nada de la política y sólo pretenden solventar sus dificultades. Sin embargo, los mismos que ahora muestran un escepticismo desalentador, cuando se den unas condiciones propicias y se necesite de ellos, apoyarán a su país para que vuelva a ser una nación libre y próspera.

P.-La Fundación Hispano Cubana mantiene contactos con destacados miembros de la disidencia interna, ¿sienten la misma simpatía por todos ellos o tienen preferencias por alguno en especial?
R.-- La FHC no tiene objetivos políticos, no obstante, intenta apoyar la causa de la libertad y la democracia en Cuba. En su patronato hay disidentes de distintas ideologías que coinciden en querer la libertad para su país, pero como institución, la Fundación Hispano Cubana no tiene preferencias por ningún grupo en especial, ni de dentro, ni de fuera de la isla.

P.-Por último Orlando, tenemos que terminar y no hemos hablado de José Martí, pero díganos al menos una palabra de él. Usted no sólo le admira, es también un gran conocedor de su obra. ¿No es un poco exagerada la devoción que los cubanos sienten por el que tienen por apóstol de la patria?

R.-- No creo que los cubanos exageren en su aprecio por José Martí. Todo lo bueno que se diga de él es poco. Tiene un encanto especial que hace que todo el que se acerque a su obra se enamore de ella. Sin menospreciar a otros muchos pensadores cubanos, considero que ninguno de ellos alcanza su altura intelectual.

Entrevista realizada porVíctor LlanoparaLibertad Digital.

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