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Pedro Calero

La pregunta

Durante el cuarto de siglo que llevamos de democracia, uno de los gremios más denostados ha sido el de los demóscopos (perdóneseme el palabro, sobre todo si lo comparamos con “encuesteros”, que es la alternativa que se me ocurre). La verdad es que no hay para tanto. A grandes rasgos, todas las empresas que se dedican a hacer encuestas electorales han acertado en todos los comicios celebrados. No es broma. El problema es que los márgenes de error que manejan son lo suficientemente grandes como para impedir la precisión que nos gustaría. Ello se debe fundamentalmente a dos órdenes de dificultades: por un lado, la imposibilidad de conciliar la viabilidad económica del diseño muestral con el hecho de que la circunscripción electoral es la provincia; y por el otro, el dato de que más o menos la mitad de la población declina contestar sobre su intención de voto. Por si quedan dudas, ilustraré la situación con un ejemplo: en las últimas generales nadie dijo que el PP fuera a desaparecer o que el PSOE fuera a obtener 250 diputados. Eso hubiera sido un error sin vuelta de hoja. Pero nadie pronosticó tampoco la mayoría absoluta del PP, lo que hubiera constituido un acierto pleno. Miento. Alguien sí. Lo cierto es que, desde 1977, Julián Santamaría ha venido clavando los resultados elección tras elección, incluidas las últimas autonómicas vascas, como muy bien sabemos los que escuchamos la COPE.

¿Qué tiene este hombre que no tengan los demás? Según contaba cierto profesor, estrecho colaborador de Santamaría, un truco. A ver si lo explico bien.

La generalidad de las empresas demoscópicas, a la vista de que la mitad de los encuestados no saben o no contestan a qué partido votarán, se meten en la famosa “cocina” y aplican, más o menos, la siguiente receta: sumar a los que han contestado (no importa mucho que mientan, las mentiras se compensan) un determinado porcentaje de los que no lo han hecho. Este porcentaje se obtiene a partir de datos tales como el recuerdo de voto en anteriores elecciones o las características sociodemográficas –nivel de ingresos, sexo, edad...– de los encuestados mudos, ponderado por un coeficiente que tenga en cuenta la desviación producida en los comicios previos. Doy un ejemplo de cómo funciona el coeficiente. La empresa diría: “Basándonos en la edad, recuerdo de voto, etc., concluimos que debería terminar votando al PSOE un 50 por cierto de los que no nos han contestado. Sin embargo, en las elecciones pasadas preveíamos que iba a ser un 40 y al final resultó ser un 30. 30 dividido entre 40 da un coeficiente de 0,75. Conclusión: esta vez votará al Partido Socialista (50 x 0,75 = 37,5) un 37,5 por ciento de los NS/NC”. La cosa es algo más sofisticada, pero la esencia viene a ser esta.

El sistema funciona aceptablemente bien en elecciones “de rutina”, en las que no se ventilan grandes asuntos ni la población aparece muy movilizada y por tanto no requieren mucha finura, como ocurrió en las generales del 86 o el 89. Por eso todo el mundo acertó. Sin embargo, en comicios en los que la gente tiene la sensación de que se juega algo importante no funciona. La explicación: el coeficiente es estático, se basa en precedentes y por tanto no tiene en cuenta los cambios producidos en el electorado ni las circunstancias específicas de la campaña.

¿Tiene solución esto? Pues parece que sí, que el truco de Santamaría funciona. El planteamiento es el siguiente: en cualquier elección, pero sobre todo en aquéllas en que la población se muestra muy movilizada, es preciso construir un coeficiente ad hoc, que tenga en cuenta las motivaciones del electorado en la concreta campaña que estudiamos. Esto se logra identificando el leit motiv, la cuestión principal, aquélla en torno a la cual se polariza no sólo la atención, sino también la opinión de la gente. Es decir, tiene que reunir dos condiciones: que al personal le interese mucho el tema y que aparezca muy dividido en cuanto a la opinión que le merezca. Una vez identificado ese tema clave (esto se logra utilizando la técnica del grupo de discusión y también la intuición, sospecho), lo único que hay que hacer es traducirlo en pregunta e incorporar ésta al cuestionario de la encuesta. Luego ya viene la cocina, pero ahora con todos los ingredientes frescos.

Ante la próxima campaña de las municipales parece, por lo que hemos visto en la calle, que el electorado está bastante movilizado ¿Cuál será la cuestión clave? ¿Cuál será LA pregunta? Aún no se puede saber. Y muchos –casi todos, menos el profesor Santamaría y algún otro iniciado– no la sabremos nunca. Pero puesto que el 90 % de la población está de acuerdo en la respuesta, con lo que se incumple el requisito de la división, sí podemos deducir ya que la guerra de Irak no es la pregunta.


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