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Alberto Recarte

Una posible tragedia

Los médicos, los epidemiólogos, los investigadores víricos y, además, las autoridades municipales y estatales de los países afectados, la OMS, y, en último lugar, como corresponde, los grandes y pequeños empresarios están, literalmente, aterrorizados. Se ha descubierto e identificado al causante de la última enfermedad aparecida sobre la tierra: un coronavirus que produce neumonía y es enormemente contagioso.

Los datos médicos son acongojantes. El nuevo virus se propaga con enorme rapidez, parece que a través del sistema respiratorio, pero sin descartar otros medios. Hasta ahora, causa la muerte de entre un 4% y un 5% de todos los que la contraen; un porcentaje inferior al de la neumonía típica, que parece asciende al 10% de los afectados. Pero con una capacidad de contagio enorme. Y afecta más gravemente, sobre todo, a los que tienen insuficiencias de otro tipo, o bajas defensas inmunológicas. Por establecer una referencia histórica, la gripe de 1919, que se extendió por todo el mundo con enorme rapidez y fue conocida por diversos nombres, entre ellos el de “gripe española”, causó la muerte del 1% de los afectados.

Hasta ahora hay un tratamiento que atenúa los efectos, pero no una vacuna. Y entre los que saben del tema se dice que –al tratarse de una enfermedad parecida a un enfriamiento o una gripe– es muy difícil lograr una vacuna, pues el coronavirus muta continuamente. De hecho, la gran esperanza sería que una mutación lo transformara en una enfermedad que tuviera la sintomatología de un simple resfriado; pero, hasta ahora, esto sólo son buenos deseos.

El gran problema de esta nueva enfermedad es que ha aparecido en la China comunista. Un sistema totalitario, sin división de poderes, sin prensa libre, sin capacidad de crítica, ha dado, una vez más, los frutos lógicos: la opacidad, el miedo, la ocultación. Durante los meses cruciales en que apareció en la provincia de Guangdong, las autoridades chinas se negaron a reconocerla. Haberlo hecho habría significado alterar los planes de los políticos, y habría puesto de manifiesto que China es un gigante con los pies de barro. Como lo era la Unión Soviética. En China, mejora el bienestar económico porque hay más inversión extranjera y mayor libertad económica. Se tienen armas nucleares y se lanzan satélites, pero no existe, por ejemplo, un servicio sanitario mínimamente fiable, sobre el que se pueda opinar, pedir y criticar.

Esta nueva neumonía es posible que sea el Chernobyl del régimen chino. Porque lo difícil no es invertir, sino mantener, mejorar, criticar, informar, confrontar opiniones, tener discusiones públicas y privadas, políticas y no políticas. En China, como lo era en la Unión Soviética, todo es política, todo tiene que ver con la grandeza nacional, con el volumen teórico del PIB, con el cumplimiento de objetivos. Y cuando surge un problema, como éste, gravísimo, la respuesta es la de los regímenes despóticos: primero el silencio, luego la negación, después la aceptación parcial, a continuación las dimisiones forzadas y el reconocimiento de la gravedad auténtica de la situación que, a su vez, siempre es diferente de la que creen los dirigentes, porque, por definición, la información veraz no existe ni para ellos. El final, como hoy en China, es el terror de la población y el convencimiento, por parte de la comunidad científica internacional, de que el ocultamiento durante cinco meses de la situación, puede haber convertido la nueva neumonía en una enfermedad endémica, de la que nunca se librará el ser humano. Y cuya única esperanza es que la investigación en los países democráticos avanzados logre diseñar una vacuna capaz de adaptarse a las mutaciones del nuevo coronavirus.

La ocultación de datos sobre la salud con fuertes implicaciones económicas no es una exclusiva de los regímenes despóticos. Recuérdese el retraso en hacerse públicos los informes sobre el mal de las vacas locas en Gran Bretaña y Francia. Por definición, todos los gobiernos, incluso los democráticos, intentan ocultar y minimizar este tipo de datos. La diferencia es que en los países en los que existe estado de derecho hay control, registros, medidas, decisiones y sistemas sanitarios capaces de hacer frente a la situación. Y una prensa libre que, finalmente, logra la información y la publica. En este caso, la investigación se produjo cuando el virus traspasó las fronteras de China y apareció en Hong-Kong y otros países asiáticos.

Consecuencias económicas. Sin caer en el catastrofismo, sí parece lógico examinar distintos escenarios económicos, según se logre aislar y eliminar el virus, o no.

Hasta ahora, con algo más de 4.000 casos confirmados, las consecuencias económicas en China, Hong-Kong, Vietnam, Singapur y otros países asiáticos son muy graves. Se ha ralentizado el comercio y reducido gravemente la actividad económica. Si, en las próximas semanas, como parece previsible, los datos de China son todavía peores, podríamos asistir al estancamiento, por tiempo indefinido, de toda la región. Lo que tendría consecuencias para toda la economía mundial. China y el sudeste de Asia tienen un modelo económico centrado en la exportación y en la recepción de grandes inversiones extranjeras en el caso de la primera. Se trata, en todos los casos, de actividades que se verán afectadas por la paralización de los viajes, las visitas y los contactos personales. A su vez, los excedentes comerciales y de balanza por cuenta corriente que logran este conjunto de países –que también se verían muy afectados– están sirviendo para mantener el dólar, porque todos ellos se invierten en la compra de títulos emitidos por el gobierno estadounidense. Desde hace meses, existen presiones para que estos países revalúen sus monedas en relación con el dólar; ahora podríamos ver el fenómeno opuesto: una debilidad sobrevenida de esas monedas y del propio dólar, lo que sería un grave problema para la achacosa Europa.

En el área asiática se está hablando, en estos momentos, de que Hong-Kong podría crecer el 1,5%, frente a unas previsiones del 3,5% antes de la epidemia y la propia China podría pasar de un 8% a un porcentaje entre el 6 y el 4%. Se trata, en todos los casos, de previsiones sin mucho fundamento, sujetas a la evolución de la enfermedad y a las reacciones y las decisiones a las que obliguen las autoridades sanitarias.

Aunque también es posible que logre aislarse a todos los portadores de la enfermedad y evitar el contagio masivo. Si esto ocurriera, la actividad se recuperaría con rapidez y todo habría sido un mal sueño. Pero este escenario rosa parece poco probable.

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