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Germán Yanke

La guerra y el CIS

Si, como dicen, el PP no sabía cómo dar a conocer la última encuesta del CIS es porque la entidad, por muy profesional que sea, es un absurdo político sin parangón en los países occidentales. Buena prueba de ello es que el Gobierno, a través de su esforzado secretario de Estado, comenta a los ciudadanos los resultados, los valora, los encuadra, incluso, como en este caso, los atempera explicando las circunstancias en que se celebró la muestra. No es, desde luego, el papel de un Gobierno.

Si no fuera secretario de Estado (y no tuviera que hacer ese papel de presentador oficial de encuestas), seguramente Fernández podría haber dado saltos de alegría. Creía el PP que estaba dejado de la mano de sus votantes, pensaba que —como las encuestas tienen razón— el 90 por ciento de los españoles eran contrarios a las decisiones de su Gobierno, se mostraba acobardado, huidizo, incapaz de defender sus posiciones. Y resulta que, al mismo tiempo, los muy profesionales sociólogos del CIS calculaban que el PP habría ganado en esas semanas fatídicas ocho de las trece comunidades autónomas en las que hay elecciones el próximo día 25. Y en otras dos lo que perdería era sólo la mayoría absoluta. Y en otra, Aragón, ya la habían perdido por la demagogia sobre el Plan Hidrológico. Y en otras tres el PSOE ya tenía hace años mayoría absoluta…

Ahora las cosas parecen incluso más favorables al partido del señor Aznar y la oposición trata de darle la vuelta al asunto dejando de hablar de la guerra de Irak. No es, sin embargo, para que el PP esté contento. Tendría que estar arrepentido. Arrepentido de no haber defendido con seriedad, argumental y estratégica, la opción internacional de su Gobierno y de haber perdido una oportunidad que sólo sus votantes, más inteligentes que sus políticos, están ahora tratando de remediar.


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