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Rubén Osuna

De la naturaleza adolescente del progre

Uno vive rodeado de progres y, aunque sólo sea por cuestiones relacionadas con la supervivencia, uno acaba tratando de explicar (para poder predecir) el comportamiento de estas criaturas.

Como en todo tipo de comunidad basada en una creencia (o conjunto de creencias) compartidas, en la progresía hay dos tipos de individuos: los que creen y los que no creen, pero se aprovechan cínica y despiadadamente de los primeros. Creer, digan lo que digan, es la negación del ejercicio mental que supone pensar; es el antídoto perfecto a la angustiosa necesidad de enfrentarse y asumir los problemas; es abandonarse a lo fácil. El progre que cree es, por incapacidad para el ensimismamiento y la abstracción en muchos casos, una de esas criaturas que se asustan ante la presencia del problema, al que no pueden enfrentarse de forma libre y responsable, y generan una respuesta emocional. El progre creyente es un eterno adolescente. El progre creyente, como todo adolescente, es mitad adulto mitad niño.

El progre creyente confunde libertad y libertinaje. Para él la libertad empieza por un sonoro "yo", y acaba ahí. La otra cara la de la libertad, la responsabilidad, es el componente adulto que el progre creyente rechaza visceralmente. El progre creyente, como los niños, no comprende la necesidad de los límites, ni asumen las consecuencias de saltárselos. Como los niños, combinan esa pulsión por un libertinaje desatado y cruel con una no menos compulsiva necesidad de una figura autoritaria, paterna, que le limite y le proteja. Justifican su sometimiento a la autoridad paternal con patéticos argumentos emocionales, y los progres aprovechados, conocen esos mecanismos y los explotan hábilmente (por ejemplo, el culto a la juventud en los regímenes totalitarios).

Los progres tienen pues al grupo dirigido, que proliferan dondequiera que aniden. Nunca dejan de empujar en esa dirección. Dicen que los progres son sectarios. Claro que lo son. No pueden ser otra cosa. El grupo es el alivio de su incapacidad e inseguridad.

No argumentes con el progre creyente, no le obligues a razonar. Las creencias son las bases que creemos sólidas, sobre las que vivimos. Todos las tenemos y sin ellas nos sentiríamos perdidos. Quienes las cuestionan reciben de forma instintiva una respuesta agresiva por parte de cualquiera. Pero sobre esa base de creencias procuramos, con esfuerzo y humildad, construir, segregar, una capa de ideas que tratamos de mantener y regenerar continuamente. La cosificación de esas ideas en creencias nos libera de la perenne necesidad de mantenerlas, pero nos deposita sobre la piedra desnuda de las creencias, y sobre ellas degeneramos. Es propiamente humano no vivir en la naturaleza sino sobre ella, no en las creencias sino sobre ellas. Pero el progre creyente ha renunciado a ese continuo ejercicio. La causa está muchas veces en la incapacidad de afrontar el reto, o la nula disposición a sostener el esfuerzo.

No hay que confundir inteligencia con astucia. La primera es capacidad y disposición para el pensamiento abstracto surgido de la reflexión. La segunda es capacidad de adaptación y aprovechamiento del medio inmediato (ser "listo"), para lo que el progre suele estar muy bien dotado. No debe deducirse pues que el progre es un ser desvalido cuya supervivencia está en serio peligro. Más bien al contrario.

La ambición es anhelo abstracto, propia de seres con capacidad para generar dichas abstracciones y con el impulso, a veces obsesivo, de perseguirlas. La codicia sin embargo es de naturaleza no específicamente humana. Es el deseo incontrolado, inmediato, de lo concreto, lo que ya viene dado, ahora, a la vista, al alcance. El progre es codicioso, pero rara vez ambicioso. Su pasión desatada por el dinero tiene ahí su causa. La ambición puede saciarse con el logro, y el proceso sólo se vuelve a activar previo acto de regeneración del objeto abstracto que la motiva. El objeto de la ambición puede heredarse, transmitirse, contagiarse. La ambición siempre es humana. La codicia es un mecanismo que la naturaleza añade a la naturaleza animal para estimular la lucha por la supervivencia. Siempre es nueva, pero siempre es igual. Se sacia al momento pero es insaciable como tal. Implica una vuelta a empezar, en el mismo punto. El comportamiento del ser ambicioso, y sus logros, nada tienen que ver con los del ser codicioso. El ser humano los mezcla ambos, viene explicado por ambos. El progre (como ocurre con todos nosotros en las fases iniciales de crecimiento y formación) no manifiesta con plenitud esos rasgos propiamente adultos.


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