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Alberto Míguez

Perplejidad y decepción

Tras la preceptiva etapa de entusiasmo y amistad eterna, volvemos a lo de siempre: el gobierno marroquí propina al español un puntapié en salva sea la parte para reconvenirlo porque no hace lo que debe, es decir lo que quieren el sultán y sus consejeros. El problema está en que el gobierno de Madrid no sabe qué debe hacer porque el veleidoso monarca alauita cambia de opinión como de chilaba: un día le parece de perlas el Plan Baker para el Sahara occidental y al día siguiente asegura que no sirve para nada y que lo incumplirá. Ni contigo ni sin ti.

Es una vieja costumbre esta de alternar el beso (¡qué manía la de la ministra Palacio de besar a cuanto dignatario extranjero descubre a menos de diez metros!) y el reproche pero al final resulta un poco pesada. Claro que la responsabilidad de la diplomacia aznarista en este asunto es meridiana. A fuerza de disimular humillaciones y caprichos, derrochar retórica triunfal y soltar dinero a diestro y siniestro, ha terminado creando una respuesta condicionada en el amable vecino del Sur que todo lo fía en papá Chirac después de haber abandonado al primo de zumosol, alias Bush, porque tampoco le dio por el palo.

La pregunta ahora es la siguiente: ¿cómo contentar al joven tirano? ¿Deberá España boicotear una resolución que en el Consejo de Seguridad le costó Dios y ayuda sacar adelante? ¿Lo que era válido y aceptable hace un año ha dejado de serlo por arte de birlibirloque? ¿Qué nuevo capricho imagina ahora la corte de Rabat?

Parece obvio que la obligación del gobierno español es exigir a Marruecos que cumpla con un compromiso que aceptó libremente y ponga en marcha la resolución aprobada por el Consejo que prevé elecciones para la autonomía sahariana en menos de un año y referéndum de autodeterminación en cuatro.

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