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David de Ugarte

Las puertas de Asia

Migraciones planificadas de millones de personas en China, reestructuraciones de miles de compañías en Japón, inversiones billonarias... En el Pacífico ha comenzado la mayor empresa épico tecnológica del último siglo. Los protagonistas son los grandes keiretsus y los estados, pero sobre todo Microsoft, Motorola y Symbian. Las víctimas: Palm, tal vez Windows, tal vez Linux, tal vez, la independencia de Taiwan y las esperanzas democráticas chinas. Se han abierto las puertas de Asia.

El viejo distrito de Ota, en Tokio, ya no es lo que era. Hace menos de diez años, 10.000 pequeñas empresas fabricaban para el mundo la tecnología punta de la época: los teléfonos móviles. Hoy malviven menos de 5.000 haciendo las carcasas. El primer ministro japonés, Junichiro Koizumi, sabe lo que se juega. Hizo suyo el discurso que le espetara Junichi Saeki, el vicepresidente de investigación de IDC: "si Microsoft asegura un monopolio en sistemas operativos para telefonía móvil, cualquier perspectiva de expansión para el sector tecnológico japonés desaparecerá en cinco años". Un discurso que todos los keiretsus hacían suyo. Por primera vez, la gran industria apostaba con todas las consecuencias por el software libre, por Tron.

Era la gran noticia del mes: se abría daba comienzo la batalla del Pacífico. Y tras algunos movimientos torpes de contraataque, Microsoft ha capitulado: sus nuevos sistemas para dispositivos móviles serán compatibles con Tron. Algo sólo comparable a que el nuevo XP se anunciara compatible a Linux.

El Dorado de la telefonía

El hecho de que por primera vez Microsoft capitule ante el software libre es una noticia histórica... pero no deja de ser preocupante. Lo que permite este cambio radical de estrategia del monopolio de Redmon es la magnitud del premio: el mercado chino de telefonía. Un mercado inmenso y preparado para recibir directamente la tercera generación de teléfonos móviles. Microsoft prefiere aceptar las condiciones japonesas para estar en mejor posición a la hora de asaltar el mercado chino. A fin de cuentas, a día de hoy, sus relaciones con la burocracia de Pekín no podrían ser peores: China está migrando masivamente su parque informático a Linux.

Precisamente la jugada de Koizumi, que involucra también a Corea y su industria en un pacto a tres bandas con Pekín, intenta aprovechar el cambio histórico en China para resucitar Tron como alternativa, al menos en telefonía móvil, no frente a Microsoft, sino frente al sistema del pingüino Tux, o cuando menos llegar a una cierta compatibilidad entre ambos dado el carácter estratégico que para el gigante asiático tiene la apuesta por el software libre.

La obsesión china por alcanzar la independencia tecnológica sobre sistemas abiertos está condicionando la penetración de nuevas empresas a la adopción de Linux. El ejemplo más claro puede ser Motorola, que desarrollará sobre este sistema sus terminales de tercera generación, a pesar de sus coqueteos con Microsoft y de ser un importante socio de Symbian, el sistema operativo que usan hoy Nokia, Ericsson y la mayor parte de terminales de la propia Motorola.

Y no sólo Motorola entra en el juego, empresas como Intel, Oracle, Acer o HP-Compaq están entrando en la aventura de Red-Flag, el gran proyecto de implantación de Linux en China.

La estrategia china llega hasta el punto de condicionar la política migratoria. Los proyectos de apertura de nuevas regiones a un régimen económico similar al de Shangai están siendo orientados a las necesidades de empresas como Intel, pieza clave en la los planes de Red-Flag Linux y socio fundamental en sus faraónicos proyectos educativos.

Reunión de monopolios, democracia muerta

Si el negocio más importante del siglo da de si lo suficiente como para permitir acuerdos monopolistas entre la dictadura china y los grandes monopolios informáticos y tecnológicos de Estados Unidos, Japón y Corea, deberíamos preocuparnos todos. En primer lugar porque nada más previsible que una merma en el ímpetu de esos países en el reclamo de reformas democráticas en China. Pero sobre todo porque la complacencia occidental, grandes negocios mediante, puede alentar a la mayor dictadura del mundo a lanzarse contra el primer objetivo de su expansionismo: Taiwan.

En los últimos meses, el ejército chino afila los dientes y se permite incluso experimentar abiertamente nuevas técnicas de ciberguerra. Una forma más de coacción a la ciudadanía de la isla en vísperas de unas elecciones en las que es que es previsible que gane el bloque verde, comprometido en la profundización de las reformas democráticas y el reconocimiento internacional de la isla. Este reconocimiento no significa a día de hoy más que la posibilidad de participar en organismos internacionales como la OMS, algo que no es meramente simbólico como se piensa a menudo en las cancillerías europeas y se ha demostrado dramáticamente con la crisis de la gripe asiática. Pero que es identificado con Independencia, eufemismo para una situación de hecho, que es el gran espantajo contra el que el PCCh agita toda su propaganda antioccidental y nacionalista.

Moralejas para occidentales bienpensantes

Como nos demuestra la gran aventura asiática de la tercera generación de móviles, las libertades de hoy y de mañana se juegan cada vez más en terrenos relacionados con Internet, el software y las tecnologías. En el mundo cada vez más abierto de las redes, el cambio tecnológico es tan importante para la libertad como lo fue el cambio económico en el siglo XX o la formación del estado nacional en el XIX. Tal vez más, por la propia naturaleza de los cambios tecnológicos, que tienen repercusiones globales a muy corto plazo. Aquí es donde se tornan aún más peligrosos "nuestros" monopolios, desarmando la política exterior y de defensa de las libertades de las naciones democráticas. Es decir, llevándonos al suicidio y fortaleciendo los peligros a la paz en libertad si les prometen el dominio exclusivo sobre un mercado lo suficientemente jugoso. Se destapa precisamente la incompatibilidad de fondo de empresas como Microsoft, Motorola o Intel con nuestro sistema democrático interno, basado en la idea de que no hay sujetos decisivos por sí mismos en ningún aspecto, ni en el mercado ni en la política nacional. Y cuando pueden surgir, para eso están las leyes antitrust y de defensa de la competencia. O deberían estar.

David de Ugarte, Sociedad de las Indias Electrónicas


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