Menú
Como usuaria habitual de la barra de labios, me ha desconcertado primero y repateado después, la campaña que ha lanzado el gobierno vasco para mostrar un tardío apoyo a las víctimas del terrorismo. Si el cartel de la bala y la barra, ambas en vertical y en paralelo, hubiera anunciado una película del 007, lo habría tomado como una señal de la decadencia de quienes otrora crearon imágenes sugerentes. No hay que explicar por qué me viene a las mientes James Bond al ver esos dos objetos y en tal posición, vulgaridad en la que no cayó la portada del libro de Matías Antolín Mujeres de ETA, que utiliza los mismos elementos, pero de otra manera y para otro fin.
 
Que los artífices de la campaña del gobierno vasco sacaran o no su idea de la portada de ese libro no es la gran cuestión, aunque tampoco sea baladí. La ignorancia, en cualquier caso, no los exculpa. La cuestión es que se está transmitiendo un mensaje acerca del terrorismo, es decir, del asesinato, con la imagen de una bala y un pintalabios, ambos en estado de pulcritud y erección admirables. Nada en esos objetos induce a imaginar la realidad brutal a la que supuestamente se refieren.
 
Teniendo en cuenta los años de desprecio que el gobierno vasco ha infligido a las víctimas del terrorismo, la imagen elegida no puede atribuirse sólo a un mal día. La asepsia del cartel encaja perfectamente con la actitud que ha tenido el nacionalismo vasco ante al terrorismo y sus víctimas. Ahí están la distancia, la trivialización y la ocultación del horror que han practicado. La imagen no molesta, del mismo modo que siempre han procurado no molestar a los cómplices de los asesinos. El gobierno vasco no quiere que la gente se sienta recriminada. Tampoco se sentirá conmovida.
 
Cuando silencian una voz, nos callan a todos. Que no sellen tus labios es el gran lema. El eufemismo cabalga sobre el engaño. No se trata, que sepamos, de una campaña por la libertad de expresión. No se silencia una voz, se mata. Y si el gobierno vasco pretende, como dice, arrancar la costra de silencio bajo la que vive una parte de la sociedad, primero tendrá que llamar a las cosas por su nombre. Dejarse de trucos de maquillaje. Pero la campaña hace lo que dice que no hay que hacer.
 
La manida metáfora del maquillaje, leve y superficial como el maquillaje mismo, es la madre del cordero, el concepto. Sólo el que ve el terrorismo como un grano que desluce el cutis puede abordar desde esa idea lo que ocurre en la sociedad vasca. La cosmética, como bien se advierte en todas las cremas, se limita a las capas superiores de la epidermis. La indiferencia hacia las víctimas hunde sus raíces más en la profundidad, donde están los surcos que los nacionalistas vascos llevan arando desde hace mucho tiempo.
 
Hay quienes celebran, y quizá tengan razón, que con todo y pese a todo, el gobierno vasco haya cambiado de registro. Dados los antecedentes y el estilo de salida, esta mudanza recuerda a los tratamientos que se hacen para estar de buen ver en fechas señaladas. La campaña del Plan Ibarreche y las generales bien se merecen un pase por el instituto de belleza. Y, por cierto, que les está dando resultado y se oye por ahí que se les ve mejor. Ahora bien, y puesto que se han empeñado en explicar la condenada imagen, conviene que sepan que los labios no se pintan para taparlos, sino para que resalten.

En España

    0
    comentarios