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Enrique Dans

Patente estupidez

Con el desarrollo del sistema de patentes, el capitalismo ha despertado a sus peores demonios de ineficiencia, arbitrariedad y absurdo

Vivimos tiempos extraños. Una pequeña compañía de Virginia, DE Technologies, demanda a Dell Computer, afirmando tener la propiedad de la patente US6460020 para el desarrollo de un "sistema de transacciones para operaciones internacionales a través de Internet que ofrece un cálculo previo a la transacción de la totalidad de los cargos implicados en la misma". La patente fue solicitada en 1996 y concedida en 2002 a Ed Pool, fundador de DE Technologies. La noticia requiere una lectura muy cuidadosa. Veamos, por ejemplo, quién es quién: uno, Dell Computer, no necesita presentación. Es una compañía estudiada en todas las escuelas de negocios del mundo por haber sido capaz de innovar de manera brillante, de reingenierizar la cadena de valor de un sector y de suministrar más ordenadores que nadie, diseñados a medida, y a un precio razonable. Seguramente ni los más acérrimos competidores de Dell se atreven a discutir su contribución a la innovación y su gran aporte de valor a sus accionistas, a la difusión de la tecnología y al progreso en general. El ejemplo de Dell es conocido como una de las grandes historias de éxito en el mundo de los negocios, figura en varios libros y casos de estudio, y es seguido por muchas compañías de diversos sectores que intentan obtener cadenas de suministro tan optimizadas como la de este gigante de la microinformática.
 
Pero sigamos investigando: ¿Quién es DE Technologies? Se trata de una pequeña compañía estadounidense, basada en Canadá por razones fiscales, propiedad de un abogado especializado en patentes, Ed Pool. La compañía no produce ni vende absolutamente nada. Nunca ha aportado valor de ningún tipo, ni innovado en modo alguno. Está lejos de figurar en ningún libro, ni de servir de modelo para nada que no sea la más baja delincuencia común. De hecho, es muy conocida en Australia y Nueva Zelanda, donde varias compañías fueron amenazadas, al más puro estilo de la Mafia, con litigios millonarios si no pagaban cantidades próximas a los 10.000 dólares en concepto de licencias por utilización de la mencionada patente US6460020. Amenazas a cambio de protección legal. El único y dudoso mérito que adorna a Ed Pool es el de ser un listillo, capaz de encontrar una oficina de patentes tan estúpida como para admitir, en 1996, una patente sobre nada menos que el comercio internacional a través de Internet, y como para, en pleno 2002, concederla. Ahora pretende vender la licencia de su patente a compañías multinacionales a cambio de un pequeño porcentaje de cada transacción, lo que podría representar varios millones de dólares al año. A eso, en España, se le llama vivir del cuento. Es, sin duda, una neta destrucción de valor.
 
Pero Pool no está solo. En todo el mundo, infinidad de compañías utilizan métodos de este tipo para conseguir ingresos absurdos, parar a competidores molestos, reclamar cosas insostenibles o chantajear a propios y extraños. Y en muchos casos, la ley les apoya. Algunos intentaron patentar el clic del ratón. Otros, el hipervínculo. Peinarse de manera que mediante las secciones laterales y posterior del pelo se oculte una calvicie parcial en la parte superior de la cabeza, por ejemplo, está patentado. Es una estúpida carrera sin sentido en pos del oficial de patentes más torpe, capaz de aceptar la patente más genérica o más ofensiva al sentido común.
 
Una patente consiste en una serie de derechos exclusivos concedidos por un Gobierno a su inventor, por un período determinado, normalmente de veinte años. Se supone que se hace para proporcionar alicientes a la innovación, y, en suma, por el bien y el progreso de la sociedad. Sin embargo, el sistema ha llegado a un punto en que precisamente lo que se consigue, a base de pervertir el sistema, es todo lo contrario. Con el desarrollo del sistema de patentes, el capitalismo ha despertado a sus peores demonios de ineficiencia, arbitrariedad y absurdo. El más puro y elemental sentido común se revuelve con cada caso, con cada ejemplo. Es preciso modificar el sistema, encontrar un método alternativo, acabar con esta barbaridad. La sociedad actual no puede ver limitado su progreso por un sistema de tan patente estupidez.

Enrique Dans es profesor del Instituto de Empresa.

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