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Juan Carlos Girauta

Irreversibilidad

Los muertos no negocian, los muertos no hacen nada. Por eso hay dos caminos y no tres. U honrarlos o escupirlos

Pues ya está hecho. Un debate que nunca debió celebrarse acerca de un proyecto que no debió aprobarse basado en una estrategia que no debió imponerse. Dicen que a algunos de los vascos no nacionalistas se les saltaban las lágrimas de pena y frustración al ver la recepción que le dispensaba la sede de la soberanía nacional a la corte de Ibarretxe. Hay algo de kafkiano en todo esto, algo ridículo y absurdo que tiene que ver con ir perdiendo la libertad por los pasillos, ante los togados, bajo las luces mortecinas de la burocracia. Y un cansancio invencible que acaba conformando a los menos convencidos y a los más interesados; perder a pedazos la libertad, de acuerdo, pero ya basta; vivir un poquito sojuzgados, mirar hacia otro lado, olvidar los nombres de los muertos, renunciar y ceder, de acuerdo, lo que sea con tal de detener esta discusión demencial sobre las esencias, esa infinita derivación histórica de agravios, ese cuento chino; lo que quieran. Pues no.
 
Les molesta especialmente a los recolectores de nueces abatidas y a la izquierda a punto de conformarse lo que denuncian como una dicotomía maniquea nacida en la era Aznar, nacida del martirio de Miguel Ángel Blanco: “con nosotros o contra nosotros” sería una disyuntiva inaceptable. Pero lo cierto es que los caminos que se bifurcan no se los ha inventado Aznar, ni Acebes ni Mayor Oreja. La bifurcación la han puesto ellos, unos a base de matar y otros a base de ponerle precio al fin de la pesadilla. Pero la pesadilla, en esas condiciones, crecería, se ahondaría.
 
Hay un largo y ramificado debate sobre la historia, que a algunos apetecerá, y un endiablado juego nominal, un tergiversar las palabras para convertirlas en armas cargadas de pasado. Querrán jugar a pelota con los sustantivos o, más finos, masturbarse en una desconstrucción inútil. Pero todos pasan por alto que ha ocurrido algo irreversible: las muertes, los años enajenados de las víctimas, la tómbola maldita, la feria del dolor y de la dignidad. Olvidan que los muertos están muertos, que no hay nada que hacer, que nunca van a decir una sola palabra más de las que ya dijeron, que ellos no pueden aquietarse porque están congelados en el tiempo, que no pueden pactar ni negociar porque están muertos. Y que nadie que no sea un canalla puede hacerlo en su nombre. Los muertos no negocian, los muertos no hacen nada. Por eso hay dos caminos y no tres. U honrarlos o escupirlos. Ya le pueden ir dando vueltas a la doctrina jurídico-política, a los libros de historia, a las leyendas y al diccionario. “Los unos y los otros”, dicen los equidistantes entre libertad y opresión. Pero en medio no hay nada, hay sólo el espejismo de “un nuevo comienzo”. ¿Y los muertos, presidente, por dónde empiezan ellos su futuro?

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