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Juan Carlos Girauta

Claves catalanas

Maragall sabe que ese agujero por el que se ve Suiza puede devenir el sumidero de un régimen que un año de tripartito ha dejado ileso. Ahora su descubrimiento le ha asustado y quiere dar marcha atrás

Cuando Lluís Pascual Estevill impidió durante días el entierro de Pau Maragall, el hoy presidente de la Generalitat, hermano del finado, acudió desesperado al conseller Macià Alavedra, orondo y elegante factor del primer servicio de inteligencia del gobierno catalán, un grupo de espías de tebeo que alguien bautizó los mortadelos. La canallada del juez acabó de convencer a Jordi Pujol de que Estevill era su hombre para el CGPJ. Cuentan Félix Martínez y Jordi Oliveres en Jordi Pujol. En nombre de Cataluña que el ex president deseaba tomar posiciones en el gobierno de los jueces de cara al cercano juicio de los GAL.
 
Durante años, cuando se trataba de establecer un puente entre la aseada vida oficial y la charca de podredumbre donde chapoteaba, entre otros, Estevill, el hombre al que acudir, el puente entre el bien y el mal, era Macià Alavedra, que estuvo presente en la cena del Ritz en la que se extorsionó obscenamente a uno de los principales banqueros de España.
 
Pujol no tuvo inconveniente en apoyarse en los peores por razones estratégicas. A Javier de la Rosa, más que promocionarlo lo abrazó, se fundió con él. A su sombra florecieron los incontables negocios de Marta Ferrusola y sus hijos, que extienden sus tentáculos societarios a más de sesenta empresas. No mentirá quien sostenga que, a la postre, el pujolismo era eso.
 
Puede que el terremoto del tres por ciento no haya sido un calentón de Maragall. Aunque propios y extraños le hayan criticado que pusiera sobre la mesa la corrupción del régimen de CiU, la explicación está a medio camino entre la espontaneidad y el cálculo. Pasqual Maragall es un hombre intuitivo, un visionario. A veces sus visiones fracasan estrepitosamente, como en el Fórum, y a veces son un gran éxito, como en los Juegos Olímpicos. Pero esa es su naturaleza. Puede haber percibido desde el primer momento que el movimiento telúrico que se tragó el edificio del Carmelo acabaría tragándose muchas otras cosas. ¿O acaso no comparó el desastre con el Prestige en varias ocasiones? Maragall sabe que ese agujero por el que se ve Suiza puede devenir el sumidero de un régimen que un año de tripartito ha dejado ileso. Ahora su descubrimiento le ha asustado y quiere dar marcha atrás. Si lo hace, se impondrá la tesis de Piqué: el oasis catalán no es más que un tupido entramado de intereses socioconvergentes.
 
Artur Mas fue la opción de la familia Pujol, del turbio Prenafeta y delpinyol, el sector más radical deConvergència. Muchos de los problemas que tuvieron Miquel Roca y Duran fueron zancadillas para aupar a Mas, un hombre que ha pasado por consejos de administración demasiado calientes como para no salir algo chamuscado. Si Maragall confía en su instinto puede triturar a CiU con investigaciones y periódicos. También puede escoger un adelanto electoral tras cuatro zarpazos de advertencia al hombre que le ganó las elecciones. Que es probablemente lo que acabará haciendo.

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