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Serafín Fanjul

Culpas globales

Esos criminales sí nos aplican el criterio de la culpabilidad colectiva y en función de él atentan en cualquier punto del mundo occidental afirmándose en la idea de que hay que golpear a los cruzados doquiera que se hallen.

El desarrollo de las tecnologías ha propiciado avances en comunicación y movimiento de los seres humanos inimaginables hace un siglo y medio. El comercio, la economía en general, los contactos entre sociedades y la información han crecido en proporciones que permiten hablar con razón y sin miedo de globalización, intercambio a escala planetaria y preocupaciones comunes para todos los seres humanos. Pero también se han globalizado las ideologías, los odios y el terror. Por consiguiente, ya se perciben peligros colectivos y amenazas no menos de conjunto. Y no es que nos apuntemos a ese eufemismo escapista y blandengue de denominar “terrorismo internacional” al terrorismo estrictamente islámico cuyo objetivo es el dominio mundial mediante la violencia. No aceptamos el eufemismo pero tampoco la imputación global a los musulmanes todos de los crímenes perpetrados por grupos y lo afirmamos con la convicción de que no existen los delitos colectivos, ni las culpas en bloque y menos aun con carácter hereditario; un principio que vale para cualquier comunidad humana.
 
Sin embargo, una vez exonerados los musulmanes de responsabilidad colectiva en la ringlera espantosa de asesinatos masivos que vienen cometiendo no pocos fieles de esa confesión en nombre de Allah, en las latitudes más diversas (Madrid, Nueva York, Turquía, Indonesia, Kosovo, Iraq, Marruecos, Kenya, Rusia, Israel, Egipto), cumple hacer algunas observaciones que trascienden el relato periodístico, el comentario político inmediato o el cuadro costumbrista y pintoresco. Y la primera es señalar la sinrazón fanática y absurda de esos criminales que –al contrario que nosotros- sí nos aplican el criterio de la culpabilidad colectiva y en función de él atentan en cualquier punto del mundo occidental afirmándose en la idea de que hay que golpear a los cruzados doquiera que se hallen y tanto mejor si es con el mayor daño posible: todos somos la dar al-harb, o “Casa de la guerra”, en la cual todo está permitido por encima de consideraciones de piedad o meramente humanitarias. A nuestro juicio, el problema ni siquiera estriba en la falsedad por entero fantástica de que seamos cruzados (un servidor lleva varios años buscando alguno, como rareza arqueológica, y aun no me han presentado a ninguno ni he tenido la suerte de encontrarlo de sopetón), sino en el derecho –a todas luces entre la demencia y el mero crimen- que se arrogan de exterminarnos si no nos sometemos. Y recordamos de nuevo que Islam significa en árabe “sumisión”. Nosotros sí matizamos y distinguimos diversos grados de implicación y responsabilidad, pero del otro lado nos acusan, juzgan y condenan a todos en  bloque. Es la misma lógica enloquecida y menesterosa de los asesinos etarras cuando formulan la base de su razonamiento:  si “Madrid” no nos da lo que pedimos, estamos facultados moralmente para presionar asesinando a un concejal de Málaga o a un barbero de Granada. Y no son ejemplos imaginarios sino tristemente reales.
 
A través de ese proceso mental de orates nos atacaron el 11 de marzo de 2004: dado que un país cristiano (EEUU, o sea  relativamente cristiano, pero ellos no están para tales distinciones) invadió otro de mayoría musulmana (Iraq), una banda de muslimes marroquíes (con conexiones aun no aclaradas) asesina a 192 personas en España. Es decir, esas partidas de terroristas moros se consideran en guerra con toda la “Cristiandad”, aunque formalmente ésta no exista hace siglos y todo lo más que se puede hacer es subrayar una cierta herencia o sustitución moral de la misma por parte del concepto “Occidente”, que es mucho más amplio, como sabemos perfectamente los “occidentales”, incluyendo países tan occidentales como Nueva Zelanda o Australia. Que aprovecharan la proximidad de las elecciones, el carácter acomodaticio y cobarde de muchos españoles actuales o el pretexto de la presencia de un minúsculo contingente de tropas españolas en Iraq (y que no intervinieron en la guerra), son sólo circunstancias marginales que dirigieron hacia España el ataque, aunque Italia, Inglaterra –o la misma Francia en estos momentos- también eran objetivos posibles. ¿Y qué decir de los mismos EEUU el 11 de setiembre de 2001, cuando no había invasión ni ataque alguno contra Afganistán o Iraq? Sencillamente, habían aplicado el mismo criterio de culpabilidad global: si Israel lleva a cabo una política lesiva –consideran- de los intereses de los musulmanes, ellos están autorizados a perpetrar la salvajada de Nueva York. ¿Y qué añadir sobre la España de hace cuatro meses, ya sin tropas en Iraq, contra la que se preparaba un atentado monstruo en la Audiencia Nacional?
 
Otra cuestión no menor en esta confrontación ideológica  es la actitud de los musulmanes que no participan, al parecer, en el terrorismo pero siempre prestos a exhibir su sempiterno carácter de víctimas de algo y que, de hecho, es la base moral sobre la que se apoyan los otros: cualquier acontecimiento negativo sucedido en un país islámico es de modo automático adjudicado a la responsabilidad “occidental” (“Vosotros nos quitasteis nuestra patria”, me espetó un palestino  que, por cierto, vive estupendamente en Bélgica desde hace muchos años: en balde explicarle que los españoles no intervinimos en ese asunto para nada, o que la tal “patria” palestina no existía hace un siglo). De tal guisa, un marroquí se sienteheridopor lo que acontece a un afgano y para vengarse de un norteamericano mata a un español. Es el caldo de cultivo de los terroristas y tan sólo mera expresión de un fideísmo que antepone la religión a toda consideración civil, política, cultural o, simplemente, humana. La fe es la nota distintiva por encima de todo, algo que los occidentales deberíamos tomar en cuenta en nuestras relaciones con el Islam, obviamente no para volver a circular por esos inconvenientes andurriales, sino para combatir con más eficacia la muy global agresión que estamos padeciendo.

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