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José Vilas Nogueira

Garantía del caos

Puede trapichear con Carod, Maragall, Ibarreche y la ETA. Puede convencer al Partido Popular de la pertinencia de su propósito. Pero su insolente superchería resulta particularmente insultante para la ciudadanía

No es la mayor desgracia que nos ha traído el Gobierno de Zapatero pero, como profesor de ciencia política, me afecta. La ruina de las formas y el desprecio de las normas imposibilitan hoy explicar ciencia política por referencia a España. En este sentido, hemos regresado al franquismo. Entonces no se podía hacer ciencia política, pues esta disciplina se lleva mal con los regímenes autocráticos y los profesores se refugiaban en estudios históricos. Ahora no tenemos un régimen autocrático, pero sí un Gobierno arbitrario en un contexto político-institucional caótico. Arbitrariedad y caos institucional hacen tan imposible la ciencia política como lo hacía el régimen franquista.
 
La ruina de las formas de la acción política, en particular la gubernamental, en un régimen como la liberal-democracia tan formalizado, enerva cualquier intento de explicación politológica. Queda el bon plaisir de Zapatero, o de quien mueva los hilos del guiñol (¿Maragall?), o de quien recoja los frutos del nogal sacudido por la ETA (Ibarreche, Carod Rovira). La misma incertidumbre sobre el grado de eficiencia relativa de estos personajes es, de por sí, grave síntoma de la ruina de nuestra liberal-democracia. ¿Quién manda realmente? La liberal-democracia minimiza las zonas de sombra de la acción gubernamental. En la España actual, por el contrario, la política se ha embozado en negra umbría. Tanto que ya ni se disimula. En el colmo del cinismo, se escenifica; recuerden la reciente entrevista entre Zapatero e Ibarreche. Y una de las cosas más estremecedoras de la actual política española es la insensibilidad de la inmensa mayoría de los “formadores de opinión” ante esta vulneración constante, esta ruina, de las formas liberal-democráticas. Analistas y comentaristas exhiben un pragmatismo a ultranza, que apenas oculta un cinismo desvergonzado y, por tanto, compatible con el sectarismo ideológico.
 
El Gobierno de la nación, en términos constitucionales, cada vez más alejados de la realidad, el Gobierno de la Comunidad Autónoma de Cataluña y el Gobierno de la Comunidad Autónoma del País Vasco, que, como las hijas de Elena, son tres y, como ellas, ninguno bueno, no dejan pasar día sin obsequiarnos con flagrantes y descomunales quebrantamientos de las formas. Hacer un inventario de estos desafueros requeriría mucho tiempo y espacio. Me limitaré a un par de ejemplos.
 
Va para un mes que se celebraron elecciones en el País Vasco. Por tanto, el Gobierno vasco, y naturalmente su Presidente, han cesado. Hasta que se constituya un nuevo Gobierno, el Presidente anterior lo es en funciones. Es convención universalmente aceptada que un Presidente en funciones, en régimen parlamentario, en rigor un Primer Ministro, que sería la denominación más adecuada a la institución (y que evitaría, de paso, el regusto nazi de la expresión lehendakari), digo que es convención universal que un Presidente en funciones debe limitarse estrictamente a los asuntos de trámite. El no hacerlo así todavía podría disculparse si las urnas hubiesen otorgado mayoría al partido del Presidente, pero no ha sido el caso. El PNV no sólo no ha obtenido mayoría, sino que ha perdido cuatro escaños, y la composición del Parlamento permite teóricamente diversas alternativas de gobierno. Bueno, ¿pues qué ha pasado? Que Ibarreche ha seguido actuando como Presidente. ¡Y como tal lo ha recibido Zapatero! Y nos han hurtado lo que hablaron el Presidente del Gobierno de la nación y un sedicente lehendakari, que no es más que un diputado electo del Parlamento Vasco.
 
El segundo ejemplo es más reciente. Según un periódico madrileño, el Gobierno garantiza que el primer hijo de Felipe de Borbón y Letizia, aunque sea niña, será quien herede la Corona. Tal ha dicho, o tal interpreta el medio, el Ministro de Justicia. De tomar en serio esta barbaridad, equivale a decir que el Gobierno tiene competencia para designar al Jefe del Estado y, por tanto, que éste ya se puede andar con cuidado, no vaya el Gobierno a declararle caducado, esto es, fuera de garantía. Por ejemplo, si el Rey dejase de ser “bastante republicano” a los ojos de Zapatero. Afortunadamente, parece que no hay ese peligro.
 
Se me puede objetar que es una manera de hablar y que todos entendemos lo que se quiere decir. Y es verdad, es una manera de hablar. Una manera de hablar que quebranta las formas de relación entre las instituciones, propias de nuestro sistema. Ni el Gobierno, ni nadie puede garantizar que una eventual primogénita de los Príncipes de Asturias será Reina de España. Y no sólo porque esta expresión elimina la sabia cautela del “Dios mediante” del lenguaje tradicional. Veamos por qué. La sucesión en la Corona está regulada en la Constitución de 1978 en términos más o menos conocidos. En lo que afecta a esta cuestión, si los Príncipes de Asturias tuvieran un hijo varón, con posterioridad a una o varias niñas, este hijo varón, o el mayor de ellos, si fuesen varios, será el heredero. El Gobierno lo único que puede garantizar es promover la reforma de la Constitución en este punto (que, según la beatería progre es tan importante, aunque a mí me parezca enteramente secundario).
 
No puede garantizar más. Porque la reforma de este artículo exige nada menos que la aprobación por mayoría de dos tercios por el Congreso y el Senado; la disolución de las Cortes; una nueva mayoría de dos tercios en cada una de las Cámaras nuevamente elegidas; y un referéndum ratificatorio. Es aventurado suponer que el Gobierno consiga superar siquiera la primera etapa: la aprobación por el Congreso y el Senado, con mayoría de dos tercios. Zapatero no puede, pues, garantizar nada (bueno, de hecho, garantiza el caos). Puede trapichear con Carod, Maragall, Ibarreche y la ETA. Puede convencer al Partido Popular de la pertinencia de su propósito. Pero su insolente superchería resulta particularmente insultante para la ciudadanía. ¿Cómo puede “garantizar” la aprobación en el referéndum?, ¿en qué medios de persuasión está pensando? Mejor es no imaginarlo.

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