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Agapito Maestre

Entre dos abismos

El problema es cómo construir ese istmo entre un partido que no cree en sus bases y desprecia a sus votantes por un prurito centrista, el PP, y un partido que desprecia cualquier posibilidad de construir un discurso de ciudadanía democrática, el PSOE.

Los votantes de PSOE y PP tienen motivos sobrados para no votar a ninguno de esos partidos en las próximas elecciones. ¿Qué habrán pensado los pobres infelices que el 14-M cambiaron su voto por los atentados del 11-M, o sea, votaron a favor del PSOE, al ver la reacción de colaboración de la oposición británica con su gobierno ante los asesinatos del 7-J? No quiero ni pensarlo, porque también yo sentiría vergüenza ajena. Tampoco creo que se sientan muy felices los votantes del PP, cuando hayan contemplado el pacto de sus líderes en la Comunidad de Valencia con los socialistas para reformar el Estatuto de esa comunidad. Aunque lo nieguen, hay indicios suficientes para pensar que los populares se han entregado al PSOE, o mejor, a cambiar la Constitución a través de la reforma de los estatutos.
 
En fin, soy de la opinión que el PSOE está muy por encima del PP en perversidad y maldad, pero creo que hay mil cuestiones para quejarse de unos y otros. Acaso por eso, y porque los españoles están por encima de sus políticos, pocos ciudadanos dudan de la necesidad de construir un puente entre dos abismos, el del PP, un partido acomplejado por miedos absurdos, y el del PSOE, un partido poliédrico que quiere ocupar todo el campo de juego de la vida política, social y económica. El problema es cómo construir ese istmo entre un partido que no cree en sus bases y desprecia a sus votantes por un prurito centrista, el PP, y un partido que desprecia cualquier posibilidad de construir un discurso de ciudadanía democrática, el PSOE.
 
Con este telón de  fondo, la vida política de este país no puede ser más deprimente. El drama se da la mano con la mugre partidista más sórdida. Pues que demandamos, sí, un puente para que este país siga siendo soberano, sin percatarnos de su existencia: la Constitución. He ahí la tragedia de la vida política española. Por un lado, el PSOE quiere volar controladamente ese puente, seguramente, para después volver a reconstruirlo de manera que sólo se puede cruzar en una única dirección, que ellos marcarán con la determinación dogmática y sectaria que caracteriza su proceder desde la Segunda República hasta hoy. Se trata de señalar unas reglas del juego, en realidad, unos espacios mínimos para que la oposición se entretenga sin causar demasiadas molestias.
 
Pero, por el otro lado, el PP no tiene el coraje suficiente para defender la grandeza y solidez de ese firme camino, la Constitución de 1978, para que transitemos con dignidad todos los españoles. Y tan es así que el PP, a veces, prefiere antes aplaudir las declaraciones de un adversario, Alfonso Guerra, seguramente el de pasado más sectario dentro del PSOE, que defender a cara descubierta y en todas partes la ley más importante que ha parido la nación española en el siglo XX:  la Constitución.
 
O Rajoy se dedica a la defensa de la Constitución, de la soberanía nacional, o despídase de alcanzar algún día la jefatura del Gobierno. Jugar con los socialistas a la reforma de los estatutos es firmar su sentencia de muerte.

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