Nada cambiará que nuestras plañideras progresistas persistan en el empeño de llamar civilización a la barbarie. O que, en nombre de la libertad y el multiculturalismo, juren por Snoopy su compromiso de respetar el derecho de los esclavos a mantener su identidad cultural de esclavos. Porque, como decía Lincoln, con la Historia se puede hacer cualquier cosa salvo escapar de ella. Conviene recordarlo. Siempre. Pero, sobre todo, ahora. Pues pronto se cumplirán treinta años desde que el presidente de Argelia leyera su sentencia, que es la nuestra, ante la Asamblea General de las Naciones Unidas. Sí, hace seis lustros, Huari Bumedian subió a la tribuna de oradores en Nueva York y lo anunció, solemnemente: “Un día millones de hombres abandonarán el hemisferio sur para irrumpir en el hemisferio norte. Y no lo harán precisamente como amigos. Porque irán para conquistarlo. Y lo conquistarán poblándolo con sus hijos. Será el vientre de nuestras mujeres el que nos dé la victoria”. Con la ayuda de Alá, ese día, al fin, ha llegado: es hoy.
Ahora mismo, en Francia, la Sumisión –que no otra cosa significa Islam– es la segunda religión de la República. En la última década, a toda prisa, frenéticamente, se han izado más de mil setecientas mezquitas, con sus minaretes cada vez más altos y sus almuecines cada vez más fanatizados por Arabia Saudita. Aunque hacen falta más, muchísimas más. ¿La razón? El diez por ciento de todos los nacidos cada año en territorio de la Unión Europea serán siervos del Islam por el resto de sus vidas. Y sólo es el principio. Urge, pues, que las órdenes del Profeta lleguen a ellos cuanto antes y cualquier lugar se antoja bueno para impartirlas. Lo mismo da el garaje más sórdido de los arrabales de París que el sótano peor ventilado del barrio gótico de Barcelona, todo sirve. Por lo demás, los discípulos aventajados de Claude Levi Strauss –allí– y de Manuela de Madre –aquí–, esos lerdos que no se avergüenzan de su personal ignorancia pero sí de su propia cultura, las reciben con entusiasmo donde sea. Porque Alá no sólo es grande, sino también antiamericano, anticapitalista, antiliberal y antioccidental. De hecho, sólo le faltaría enseñarse en las portadas del Vogue para ser una más de los suyos.