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Agapito Maestre

Estado de excepción

El responsable de esta quiebra democrática es Zapatero y su Gobierno. Su política de excepción, que rompe todo vínculo con la norma fundamental del 78, nos instala en el reino de la pura aventura

Empiezan a faltar palabras para identificar el proceso de involución política a la que asistimos los españoles por la política autoritaria del Gobierno socialista. El Gobierno ha conseguido instalarnos en un Estado de excepción sin que la Oposición logre un discurso capaz de plantar cara al método decisionista del Gobierno. Sobreexcitados por un Gobierno autoritario y resignados a una Oposición sin nervio ni inteligencia, nadie sabe qué puede suceder mañana en España. Nadie es capaz de predecir el funcionamiento de nuestras instituciones. Nadie está seguro de cómo puede funcionar mejor el engranaje del Estado de Derecho.
 
Nuestro confuso estado de ánimo ante el presente de la nación es la principal consecuencia de una política socialista puramente instrumental. Estamos instalados en un régimen político, en un tinglado institucional, basado en las decisiones despóticas, autoritarias y golpistas, que están terminando con todas las instituciones autónomas e independientes de la democracia. Las víctimas del terrorismo son estigmatizadas, a los jueces independientes se les insulta, a los altos funcionarios del ejército se les arresta, a los medios de comunicación disidentes se les amenaza y castiga, etcétera. Puede que exista alguna decisión del Gobierno, cómo no, que revierta positivamente en un sector de su electorado, pero su objetivo primario es no sólo quebrar a la Oposición sino gobernar autoritariamente, o sea, manteniendo “movilizada”, en estado de alerta permanente, a toda la ciudadanía.
 
Se trata, por encima de todo, de gobernar de modo tan arbitrario que los ciudadanos actúen no tanto como ciudadanos sino como pueblo sumiso a las órdenes de sus dirigentes. Se trata de sembrar el caos, la arbitrariedad y el miedo por todas partes. La mentira, el engaño, la permanente contradicción ya no importan para este Gobierno. Peor aún, gracias a la labor de crítica de unos cuantos, muy pocos, medios de comunicación, todos los días nos desayunamos con una barrabasada del Gobierno, pero toda una legión de periodistas y medios de comunicación, prácticamente casi todas las cadenas de televisión y radio, están prestas a desactivar la capacidad crítica de la ciudadanía. Son los sicarios del golpismo institucional. Los bienpagados del golpismo postmoderno. Los imbéciles que nos susurran al oído: “No crispen”.
 
No sé cuánto tiempo puede durar esta política de excepción, quizá más de lo que piensen los optimistas; pero resulta decisivo que extendamos al resto de nuestros conciudadanos que vivimos ya en un Estado de excepción. Sí, no debemos engañarnos, quizá lo que venga será peor, pero eso no debe hacernos olvidar todas las reservas democráticas que estamos perdiendo: tranquilidad, sosiego, libertades, capacidad de decisión y, sobre todo, la posibilidad de intervenir en el diseño de nuestro futuro como nación de acuerdo con la democracia surgida de la Constitución del 78.
 
Todo eso, a pesar de lo que digan los desactivadores de la conciencia democrática, ya lo hemos perdido. El responsable de esta quiebra democrática es Zapatero y su Gobierno. Su política de excepción, que rompe todo vínculo con la norma fundamental del 78, nos instala en el reino de la pura aventura, lejos de las reglas democrática por las que se rige cualquier democracia, al excluir a la Oposición de las grandes tomas de decisión sobre la nación. Imitando la violación sistemática del Estado de Derecho en el País Vasco y en Cataluña, o sea, el modelo totalitario de estas Comunidades Autónomas, Zapatero toma decisiones al modo “romántico”, por no decir nacionalsocialista, negando la realidad y refugiándose en un mundo de meras posibilidades. Se trata de instrumentalizar todo hasta hacerlo aparecer como el reino de la pura aventura o, como ha visto bien Rajoy, “el juego de la ruleta rusa”.
 
Para Zapatero, un aventurero tan peligroso como los revolucionarios del siglo pasado, todo queda abierto para que sea manipulado a su antojo. Es el reino de la pura arbitrariedad. Se trata, pues, de huir de una realidad, que se ha vuelto compleja, ambigua y multívoca, para mantenerse en el poder al margen de una ciudadanía caída y doliente.

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