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Cristina Losada

Corredores de fondo

El PP ha optado por un vestuario de oposición clásica en un momento de emergencia, que es como ponerse un traje sastre de Chanel para una travesía por la selva. Ha rehuido la movilización, la cual no es sinónimo de manifestación.

En las tertulias de café, en las charlas, en los coloquios, las personas conscientes de que estamos subidos al tren en marcha de un cambio de régimen disgregador, liberticida y desestabilizador, y que ese tren, además de nocturno, lleva un maquinista irresponsable, suelen preguntarse lo que Lenin en su famoso opúsculo: ¿qué hacer? Se lo preguntan con una angustia que delata o anticipa la impotencia que enseguida confesarán que sienten. Aparentemente, nada de lo que se hace sirve para frenar la carrera. El trenecito se dirige hacia el despeñadero con todos nosotros dentro, sin que nadie ni nada pueda impedírselo. De antemano se inclinan a considerarse derrotados.

El diagnóstico pesimista es, de momento, acertado, y aún se queda corto. Sin embargo, me resulta extraña la desmoralización que provoca. Tal vez por haberme educado políticamente en la izquierda de antaño. Los cuatro agazapados en los rincones de la dictadura debían tener más moral que el Alcoyano, aunque ayudaran unos análisis disparatados. Recordábamos hace poco, con el profesor Miguel Cancio, cuando el PCE andaba a vueltas con la Huelga General, que derrocaría a Franco en cualquier momento. Pero a lo que iba: el típico militante de izquierdas estaba acostumbrado a no desesperar. No sé lo que queda de esa izquierda. Ésta de Zapatero, Blanquito, López y Llamazares es de otra pasta gansa, y sólo la pura necesidad la ha dotado de tanta tenacidad como desvergüenza. Ya en democracia, la moral de resistencia activa ha sido patrimonio de minorías como las que representan, en clave heroica, los no nacionalistas del País Vasco y Cataluña.

La sensación de impotencia atenaza a votantes del PP y de otros partidos, y a abstencionistas habituales, que huelen el letal peligro del viaje fletado por la naviera ZP. Su desesperanza crece con el tipo de oposición que realiza el único partido de ámbito nacional contrario a descarrilar ese tren que echó a andar en el 78. El PP ha optado por un vestuario de oposición clásica en un momento de emergencia, que es como ponerse un traje sastre de Chanel para una travesía por la selva. Ha rehuido la movilización, la cual no es sinónimo de manifestación. Desconozco si no quiere movilizar o si no sabe. Una iniciativa que le permitía, en teoría, batirse el cobre con el ciudadano de a pie, como fue la recogida de cuatro millones de firmas contra la reforma encubierta de la Constitución, tuvo perfil bajo y se archivó con rapidez y más pena que gloria. Es una oposición que no infunde calor.

A la vista del frío polar y para defenderse del vendaval, han surgido grupos cívicos diversos con una seña de identidad común: su rechazo a esta nueva ofensiva nacionalista, bendecida por ZP. La izquierda tiene y conserva una larga tradición de impulsar plataformas ciudadanas o de infiltrarse en ellas para manipularlas. Hay que felicitarse de que el PP no haga lo mismo. Pero luego viene lo malo. Con puntuales excepciones, no sólo no apoya a esos grupos: es que los teme. No vaya a ser que surjan unos Ciudadanos como los de Cataluña. Ahí está su actitud hacia el partido de Albert Rivera. Lo han tratado, maltratado, como rival, en lugar de darle la bienvenida. ¿Es que no comparten su reto al nacionalismo? ¿No es ése el meollo? ¿No se encuentra su potencial bolsa de votos entre los inquietos por el gran salto adelante hacia la desintegración? El capital político de ZP se ha colocado entero a la carta de ETA, que es la del fin de la España constitucional, y el del PP anda disperso.

Pero las cosas son como son. Y lo cierto es que sólo la presión ciudadana permitirá dar un vuelco a la opinión, al voto y al desastre. Los desperados se lamentan de que las movilizaciones no consiguieran que el gobierno variara el rumbo. Pero sin ellas, estaríamos más cerca del infeliz final. Y la calle no es el único espacio. Esta carrera es de larga distancia y de incierto desenlace. El que resiste, gana, decía Cela. Para corredores de fondo. Como plasmó el título de la novela de Sillitoe, se trata de un empeño solitario. Si esa nota urgente que acabo de ver se confirma, y Ciudadanos entra en el parlamento catalán, hay fibra muscular que empieza a superar la atrofia.

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