Sobre la ficción nacional andaluza
Por lo demás, tras la confesión del jefe, el que Javier Arenas sea capaz de incurrir a la vez en siete de las ocho clases de mentiras que catalogara San Agustín de Hipona hasta se nos antoja pecado venial.
A estas horas aún no sabe uno qué le ha resultado más desolador de esa solemne sesión del Congreso que acaba de reírle la guasa nacional andaluza a ZP. Y es que lo de menos ya resulta el chiste de los compadres de Córdoba que dicen que firmaron el manifiesto ese. Lo verdaderamente demoledor ha sido descubrir que un hombre de cultura tan vasta como Mariano Rajoy no haya leído a Lewis Carroll. Porque de algo sí nos ha convencido don Mariano con su asentimiento a tunear los estatutos con un "adorno estético" nacional: de que no conoce ni a Alicia, ni al conejo, ni aquel País de las Maravillas que, por desventura, tanto se parece a éste de los mil demonios que aspira a dirigir.
De ahí que en su discurso incurriese en el olvido de la lección de ciencia política más importante que se haya dictado jamás; una que no enseña ningún tratado de derecho sino un falso cuento para falsos niños; la que aprendió Alicia justo en el instante de adentrarse al otro lado del espejo; ésta que por sí sola eleva al pequeño Humpty Dumpty por encima de Hegel, Montesquieu, Rousseau y Hobbes juntos:
– Cuando yo uso una palabra –dijo Humpty Dumpty– esa palabra significa lo que yo quiero que signifique.
– La cuestión es –dijo Alicia– si se puede hacer que las palabras signifiquen cosas distintas.
– La cuestión –replicó Humpty Dumpty– es saber quién manda. Eso es todo.
Por lo demás, tras la confesión del jefe, el que Javier Arenas sea capaz de incurrir a la vez en siete de las ocho clases de mentiras que catalogara San Agustín de Hipona hasta se nos antoja pecado venial. Pues en el primer y más grave embuste que tabuló el santo –la falsificación teológica– aún no nos consta que ande metido don Javier. Pero, de ahí para abajo, no se salta ni uno. Empezando por el mero deseo de engañar –la cuarta en la jerarquía de las falacias-; que no otra es la tinta invisible con la que Arenas ha reescrito el artículo dos de la Constitución.
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