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Alberto Acereda

Ganaron los conservadores

El voto ciudadano –por acción u omisión– significó echar a patadas a varios republicanos acomplejados y recayó, de este modo, en varios demócratas cuyas campañas y filosofía política se ubican más cerca del ideario conservador que del de la progresía

Contra lo que les han venido contando, los resultados electorales del 7-N significan el triunfo del ideario conservador en Estados Unidos. El varapalo enviado por el pueblo norteamericano a los republicanos no supone en modo alguno un mensaje a favor de la progresía secular, sino más bien una llamada de atención al Partido Republicano para que vuelva a sus principios fundamentales: gobierno limitado, rebaja del gasto público y de los impuestos, libres mercados, defensa nacional y respeto a los valores tradicionales de Occidente.

El voto ciudadano –por acción u omisión– significó echar a patadas a varios republicanos acomplejados y recayó, de este modo, en varios demócratas cuyas campañas y filosofía política se ubican más cerca del ideario conservador que del de la progresía radical cacareada por los líderes del Partido Demócrata y que ahora se presenta como vencedora con el aplauso internacional del socialismo, del comunismo y ya hasta del yihadismo terrorista. No cabe llevarse a engaño.

Una mirada verdaderamente cuidadosa y detenida del nuevo Congreso elegido confirma que el electorado norteamericano ha movido a ambos partidos –al Republicano y al Demócrata– hacia la derecha conservadora. Como ya adelantó con gran lucidez Thomas Sowell, el sabio truco estratégico de los demócratas para ganar estas elecciones consistió en colocar a muchos de sus candidatos como demócratas siendo, de hecho, políticos más cercanos al ideario conservador que a la progresía secular y, por tanto, poco o nada de acuerdo con la radicalización hacia la izquierda de su propio partido a manos de Nancy Pelosi, Harry Reid o Howard Dean. Se trataba de ganar como fuera.

Por ejemplo, el demócrata Heath Shuler en el distrito 11 de Carolina del Norte es un político opuesto al aborto, está a favor de las armas y fiscalmente se opone a la subida de impuestos. Lo mismo puede decirse de Ted Strickland, el primer gobernador demócrata elegido en Ohio en los últimos veinte años, precisamente porque su perfil no es el de un progresista, sino el de un hombre de talante más conservador.

Lo mismo ocurre en los apretadísimos triunfos de varios senadores demócratas claves para el desenlace final. En Missouri, Claire McCaskill se presentó como demócrata pero oponiéndose, como muchos conservadores, a la nueva reforma de la Ley de Inmigración. En Virginia, Jim Webb iba de demócrata pero es un antiguo republicano, secretario de la marina en la presidencia de Ronald Reagan. En Pennsylvania, Bob Casey es el nuevo senador demócrata, pero es un político opuesto totalmente al aborto o al control de las armas y vota como un auténtico conservador en asuntos sociales, aparte de haberse graduado de una de las universidades católicas más prestigiosas de Estados Unidos.

El senador Joe Lieberman, por Connecticut, ganó como independiente, tras haber sido denostado por la cúpula radical de su propio Partido Demócrata. Acabó derrotando al candidato de la progresía demócrata, el anti-guerra Ned Lamont. El rechazo a éste resulta paradigmático de la tendencia que venimos comentando. En Montana, los 1.424 votos de diferencia entre uno y otro candidato habrían cambiado totalmente el panorama en el Senado a favor de los republicanos. Pero en cualquier caso, los perdedores en el bando republicano han sido mayoritariamente republicanos "moderados", centristas y apaciguadores de diferente calaña: o sea los acomplejados de la derecha atontada.

Más ejemplos: Georgia venía siendo un bastión demócrata durante muchas generaciones, pero el 7-N vio el triunfo de un gobernador y de varios legisladores conservadores que se presentaban por el Partido Republicano. En Michigan, un estado "progresista", su electorado abolió los programas de affirmative action, la mal llamada "discriminación positiva", como si discriminar a alguien pudiera ser alguna vez positivo. En siete de los ocho estados en los que había un referendo sobre el matrimonio, los norteamericanos también votaron unánimemente –en clave claramente conservadora– contra la aprobación del matrimonio homosexual.

Los 435 miembros elegidos para la Cámara de Representantes y los 33 nombres de senadores elegidos, en suma, configuran el nuevo mapa político del poder legislativo norteamericano y perfilan lo que será, entre enero de 2007 y 2009 el nuevo 110 Congreso de Representantes de Estados Unidos. Muchos de los nuevos nombres entrantes resultan ser políticos que tienen posiciones más conservadoras que los salientes y cuya base social espera eso mismo de ellos.

El triunfo numérico de los demócratas en estas elecciones no equivale a un triunfo ideológico, aparte del hecho de que la derrota viene como consecuencia de los errores de los propios republicanos, como bien apuntaba Libertad Digital en un brillante editorial. El 7-N, por tanto, no marca ningún giro ideológico hacia la izquierda, sino una positiva llamada a la derecha conservadora norteamericana para empezar a perfilar el futuro y buscar a quien será su candidato presidencial en 2008.

Lo que hemos presenciado en estas elecciones en Estados Unidos puede servir de excelente ejemplo a la derecha española. El batacazo de algunos congresistas y senadores republicanos acomplejados al olvidarse del auténtico ideario conservador por el que fueron elegidos puede ser un aviso a navegantes; antesala del mismo batacazo que se llevará el Partido Popular (como en Cataluña) a menos que empiece a seguir al pie de la letra el ideario conservador y los valores que le reclama su gran base social.

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