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Juan Carlos Girauta

La unánime sentencia

No sé por qué, un efeto inmediato de las críticas de Blanco ha sido el de traernos involuntariamente la imagen sobrecogedora de la plana mayor socialista haciendo el corro de la patata frente a la cárcel de Guadalajara.

De la Vega celebra sin apenas disimulo la unánime sentencia del Supremo porque abre, dice, un nuevo camino. La conducirá, como todos, a Roma. Así tendrá ocasión de volver a pedir el cierre de la COPE y de ser despedida de nuevo por un minutante que pasaba por allí. Pero antes el camino atravesará espacios deplorables de impunidad, donde el Gobierno no está sometido a las leyes. Zonas de arenas movedizas que se tragan el Imperio de la Ley y se llevan, con él, el Estado de Derecho. Vaya, pues, con muchísimo cuidado, vicepresidenta, en su excursión.

Con todo, la unánime sentencia sólo habría podido satisfacer a los querellantes de Manos Limpias a costa de un grave conflicto institucional. No era, por tanto, previsible ningún resultado diferente al que conocemos. Siendo así, la acción penal ha resultado contraproducente, y su único efecto real va a ser la legitimación de facto de las reuniones socialistas con un partido ilegal. Ello suscita interesantes cuestiones, como por ejemplo: a la hora de la verdad, ¿cuál es la diferencia efectiva entre una organización legal y una organización ilegal?

Rajoy y los suyos se han tenido que conformar, frente a la unánime sentencia, con establecer que lo legal puede ser inmoral. Claro, hombre. A pesar de lo modesto de la afirmación, el brillante José Blanco ha sabido sacarle punta y se ha apresurado a acusar al PP de "inmoralidad" y de "poner dificultades a las sentencias", reacción que, en definitiva, parece agrandar y mejorar el trabajo de la oposición. No sé por qué, un efeto inmediato de las críticas de Blanco ha sido el de traernos involuntariamente la imagen sobrecogedora de la plana mayor socialista haciendo el corro de la patata frente a la cárcel de Guadalajara. Qué escena goyesca si hubiera acudido De la Vogue con un pañuelito de Gucci tapándole los ojos, convirtiendo el corro en gallinita ciega, como la justicia.

La descomunal estafa que se ha dado en llamar "proceso", en plan kafkiano, sólo puede funcionar mientras nuestras bien remuneradas instituciones miren hacia otro lado, el lado que les señala el dedo del ilusionista Rodríguez, mago sindicado. Todo el mundo sabe a estas alturas que hay truco, pero nadie quiere reventar la fiesta. Sólo la general dejación, la infame y masiva negligencia, explican lo que sucede. Rodríguez, Blanco y De la Percha contaban con ellas, lo que los convierte, sin ironía, en finos analistas de su entorno.

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