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Juan Carlos Girauta

Un curioso concepto de descentralización

Para los pájaros del negocio nacionalista, la descentralización es buena y necesaria, pero sólo hasta que alcanza las fronteras imaginarias de su nación histórica. De ahí para abajo, ni agua.

Cree el PP, o Soraya Sáenz de Santamaría, que los socialistas tienen alergia a la autonomía local. Depende. No veo que a Hereu le salgan granos cuando toca más poder y presupuesto. Se trata más bien de una alergia que tienen sus amigos nacionalistas, separatistas todos que sólo se distinguen por la mayor o menor prisa que tienen en arriar la bandera española.

Véase la bandera del castillo de Montjuic con la que Rodríguez se ha puesto de repente españolito. Y que va a durar menos que los toros de Osborne en Cataluña, primero capados y luego derribados por la alegre muchachada de la Esquerra.

Ah, el castillo de Montjuic, donde mi abuelo republicano (curiosamente yo también tuve abuelos, como Rodríguez) esperó la ejecución a manos de los nacionales, abuelos a su vez de los neoantifranquistas que llaman falangistas a los liberales mientras esconden la camisa azul. No la queman por si las moscas; es conveniente tener fondo de armario.

Para los nacionalistas sí que tiene peligro la autonomía local, con la excepción de los nacionalistas de la ETA, muy ilusionados con convertirse en munícipes y administrar el IBI de sus víctimas, tarea de despacho para la que no consta si se levantarán la capucha por encima de su sola ceja. Salvo estos apasionados de la administración local, la anti España le tiene un miedo cerval a cuanta instancia territorial no coincida punto por punto, mojón por mojón, valle por valle con su nacioncilla.

He ahí el problema eterno de CiU (y ahora de la Esquerra) con Barcelona, cuya región urbana (la ciudad más sus tres coronas) ofrece a más de cinco millones de catalanes un blindaje de cines y anonimato por si desean resistirse a la capitidisminución y a la aldea.

Para los pájaros del negocio nacionalista, la descentralización es buena y necesaria, pero sólo hasta que alcanza las fronteras imaginarias de su nación histórica. De ahí para abajo, ni agua. Pudiéndose quedar las competencias que tanto sudor y chantajes han costado, ¿qué sentido tendría dejarlas circular hacia ayuntamientos y diputaciones? No hay que creerles una palabra cuando reivindican la aproximación del poder al ciudadano. ¿Nacionalismo? Rehuir la urbe y ordeñar la ubre.

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