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Cristina Losada

A Lizarza, vía Gerona

Dejan actuar a los que amenazan de muerte, queman, ocupan ayuntamientos o intimidan a manifestantes pacíficos y después les echan la culpa a los que

Que no todos los políticos son iguales, al contrario de lo que sostiene el tópico y comodín de perezosos mentales, lo demuestra la comparación entre las alcaldesas de Lizarza y de Gerona. El otro día vi por televisión a la segunda, que es del PSC, en el momento en que permitía que el pleno municipal fuese ocupado por unos cuantos fetichistas de cierta bandera y amantes de los autos de fe. Seguramente no pensaba hacer ningún comentario cuando finalizó el espectáculo, pero interpelada por una concejal del PP, hubo de justificar su inacción. Total –vino a decir la señora– sólo han sido dos minutos y, ¿ve?, aquí no ha pasado nada. Lo primero era cierto, pero irrelevante; lo segundo, en cambio, falso y peligroso. Y si no, que mire la alcaldesa de Gerona hacia Lizarza, que es un ejemplo entre muchos de todo lo que pueden dar de sí sucesos que se toleran so pretexto de su insignificancia, cuando tienen por el contrario, y como saben sus protagonistas, la mayor significación.

En Gerona estos días, como antes en numerosas localidades del País Vasco, se enseñorean del espacio público grupos de estilo matonil que empiezan retando, siguen amenazando y acaban acosando y haciendo la vida imposible a los que no se someten a su dictado. Cualquier centímetro que se les ceda, con la esperanza de que así no la liarán más gorda y habrán de retirarse desfogados, lo convierten en la plataforma de lanzamiento para el siguiente avance. Los maulets, maulas o lo que fuesen de Gerona eran cuatro y enclenques. De haberse levantado la señora alcaldesa de su sillón para bufarles, lo más probable es que hubieran huido espantados. Pero ahí surge la complicidad, el "son de los nuestros" y, más allá, el cálculo de que estas pandillas de la porra hacen el trabajo, tan sucio como útil, de estigmatizar y amedrentar al adversario.

Son conocidos los mecanismos por los cuales las personas sometidas a la presión de minorías agresivas se acomodan a ellas con esta o aquella excusa y luego, metidas en la ciénaga de autojustificaciones, responsabilizan de las perturbaciones a las víctimas directas. Lo hicieron los alemanes cuando ante la violencia nazi culparon a los judíos. Lo hacen en España miles de personas. Dejan actuar a los que amenazan de muerte, queman, ocupan ayuntamientos o intimidan a manifestantes pacíficos y después les echan la culpa a los que "provocan", que son sencillamente los que no se resignan, como ellos, a capitular ante la jauría. Posiblemente, doña Ana Pagans, alcaldesa de Gerona, piensa que la de Lizarza ha "provocado" a los partidarios de ETA por el insignificante motivo de una bandera.

Pero en ese pueblo vasco, Regina Otaola está tratando de recuperar para la libertad y para los demócratas el espacio que usurparon los totalitarios gracias al cómplice mirar para otro lado que han aplicado representantes de otros partidos y el propio Gobierno vasco. En esa pequeña localidad, una más del territorio conquistado por los proetarras por dejación de responsabilidades, se está desandando el camino fatal gracias a una señora del PP que niega ser una heroína, pero nos lo parece por el inevitable contraste con la cobardía de los demás. Mientras, en Gerona, y no es una excepción ni mucho menos, el tren ha partido en sentido contrario.

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