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Juan Morote

Pazguatos

El desengaño vital y amargo de Sabina, la tristeza consustancial de Víctor Belén, el cansino y monótono sonsonete de Serrat y la insoportable levedad de los demás resulta que conforman un conjunto alegre, cual corro de mozas en primavera. ¡Vaya por Dios!

Paz es lo que conseguiría una política global verdaderamente liberal, en lugar del hambre y las guerras provocadas por los hediondos restos del marxismo disfrazados de progresismo fatuo, que es lo que prima hoy en el campo de las relaciones internacionales. Pero también son las siglas que designan la Plataforma de Apoyo a Zapatero. Si bien, los que la integran son más bien pazguatos, es decir, como reza el diccionario, "simples, que se admiran de lo que ven u oyen".

Pazguatos son los seudo-artistas de un arte de bolsa pública y jeta impúdica, ya que estos autodenominados actores, artistas e intelectuales son tan ágrafos como carentes de público que rubrique con su pase por taquilla tan sublimes creaciones, especialmente del séptimo arte.

Me llama poderosamente la atención la renovación tan espeluznante que se ha producido entre el gremio de los llamados artistas, el más joven de los cuales va camino de los cincuenta. Este grupo de estómagos tan agradecidos cuando afloja la mosca el PSOE (como olvidadizos de gratitud, cuando se trata del PP), son una panda de potenciales consumidores de Viagra y compresas para la incontinencia de la micción; si no lo son de pegamentos de dentaduras es porque tienen pecunio para dientes de titanio. Son un tapón apolillado con aroma a naftalina, que a la voz de "la teta es mía", impiden el paso a mejores y más frescos creadores.

Veamos algunos casos: Soledad Jiménez, camino de los cincuenta, es una de las muestras de ingratitud suma, pues hace apenas dos años fue la protagonista de la campaña para fomentar el uso de la lengua valenciana que costeamos los valencianos a través de la Generalitat; Miguelito Bosé, pasados los cincuenta desde que nació en su Panamá natal, ya no se acuerda del despilfarro que realizó con el PP en el poder en su Séptimo de Caballería en TVE; Joaquín Ramón Martínez Sabina cumple sesenta el año próximo; Juan Manuel Serrat rozando los sesenta y cinco; qué decir de Concepción Velasco (Conchita para los amigos) a sus casi setenta; y cómo no, Álvaro de Luna, al filo de los ochenta, pazguato por antonomasia en Curro Jiménez.

And last but not least, vienen los incombustibles Victor Belén y Ana Manuel, siempre sonriente él, vamos lo que se diría unas castañuelas. Le cuenta un chiste a un niño y lo hace llorar, ¡la alegría de la huerta! Dos grandes promesas que llevan veinte años sin una canción que llevarse a la boca. En definitiva, el desengaño vital y amargo de Sabina, la tristeza consustancial de Víctor Belén, el cansino y monótono sonsonete de Serrat y la insoportable levedad de los demás resulta que conforman un conjunto alegre, cual corro de mozas en primavera. ¡Vaya por Dios!

Pues sí, este grupo de jóvenes promesas del micrófono y el celuloide, aunque deberíamos mejor decir del cante, que es lo que dan, son los que se nos presentan como defensores de la alegría. ¡Pero hombre! La alegría a estos tristes es como la filosofía a José Blanco, algo ajeno por esencia. En realidad, no me extraña que se admiren al contemplar cómo son capaces de seguir viviendo del presupuesto sin aportar nada en tantos años. Pues eso, pazguatos.

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