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José Antonio Martínez-Abarca

La prueba del tigre

A mí ya con las campañas electorales me ocurre como antes con los partidos del Real Madrid: sólo las puedo seguir minuto a minuto cuando antes me he enterado del resultado final.

Se tratan de sustanciar tantas y tan graves cosas ahora mismo para el destino de la nación en cualquier debate PP-PSOE que el único moderador posible serían un par de padrinos de levita color ala de cuervo que velaran porque el revólver que se pasasen sucesivamente Rodríguez y Rajoy haciéndolo patinar entre un extremo y otro de la mesa tuviese sólo una bala en el tambor, y no las seis, como pasa ahora. Con sólo una bala en el tambor algunos ya podríamos decir aliviados que estamos en una democracia asentada y homologada. En los debates presidenciales de los Estados Unidos, o en cualquier democracia parlamentaria donde después de pronunciar estas dos palabras a uno no le entre un ataque de risa nerviosa, la ironía será más feroz, el juego de las notitas en la bocamanga será más sucio, se apuntarán más con el dedo de pie desde la tribuna, que los dedos los carga el Diablo, pero comparado con lo que podemos perder o ganar aquí según salga o no nuestro candidato aquello es una partida de abuelas contra nietos donde las únicas perras que se juegan son alubias en prenda.

Vivimos en la democracia del terror, en el tren de la bruja donde en lugar de la bruja te sale esa concejal del PSOE de Parla que le hace a Esperanza Aguirre costosas ofertas de protección para que alguien no le queme accidentalmente el quiosco. A mí ya con las campañas electorales me ocurre como antes con los partidos del Real Madrid: sólo las puedo seguir minuto a minuto cuando antes me he enterado del resultado final. Mientras en los Estados Unidos juegan a los elefantitos contra los burritos, a los solteros contra casados, a los jefes de servicio contra los jefes de negociado, aquí nos podemos levantar por la mañana y darnos cuenta que nos han quitado la nación de debajo y que encima, toma brevas Pepa, que se agusanan (que decía Campmany), nos hemos convertido en un insecto. De un debate para otro, de una bombita en cercanías para otra, de una fofería boquizapateresca para otra, nos podemos encontrar con que ya no nos llamamos España y, alcalde madrileño Mayalde dixit, ya ni nosotros mismos sabemos si somos de los nuestros. Hay demasiada gente encantada en este país con la idea de pegarle fuego a todo sólo porque no pueden con el aburrimiento, lo cual corrobora la idea que tenía Napoleón de los españoles, de que no eran tan listos como ellos mismos creían. Ni estaban tan en sus cabales.

Esta cosa que nos ocurre en España pertenece a un sketch de los británicos Monthy Python en su El sentido de la vida. Va un tigre en Sudáfrica, donde no hay tigres, y se le zampa las extremidades mientras duerme a un oficial que a la mañana está leyendo tranquilamente en su tienda, acompañado de sus muñones. "Algo me ha picado durante la noche y se me ha llevado parte del cuerpo, doctor. Supongo que será alguna especie de mosquito especialmente activo". "Déjeme ver... um, bien, tengo que decirle que en mi opinión no ha sido un mosquito, sino más bien un felix tigris, un tigre". "¿Un tigre? Bueno, pero la pierna crecerá de nuevo, y todo eso, por supuesto, ¿no, doctor?". Si usted cree ciegamente que sí, no pierda el tiempo viendo debates electorales, haciéndose el dudoso, y vote de una vez al PSOE.

En España

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