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Mark Steyn

La invasión de los preescolares pervertidos

Randy Castro no fue detenido hasta que tuvo 6 años, de manera que ¿quién sabe cuánto tiempo duró su reinado de terror sexual?

¿Es la enseñanza pública norteamericana una forma de pederastia? Hace una semana, Brigid Schulte, del Washington Post, contaba que el pasado mes de noviembre un estudiante llamado Randy Castro, que asiste a una escuela de Woodbridge, en Virginia, le dio una palmada en el trasero a una compañera de clase durante el recreo. La profesora lo llevó al director. Los funcionarios del centro redactaron un parte y después llamaron a la policía.

Randy Castro está en primero. Pero, a la avanzada edad de 6 años, ha sido declarado agresor sexual por la Escuela Elemental de Potomac View. Es culpable de acoso sexual y el informe sobre el incidente permanecerá en su expediente por el resto de sus días lectivos (y quizá más allá). Tal vez sea una de esas cosas que aparecen una y otra vez en las comprobaciones de antecedentes: quizá a los 34 años Randy Castro solicite un empleo y en el ordenador de su futuro jefe aparezca de nuevo su ficha de acosador sexual. O tal vez pueda mantenerlo en secreto hasta que tenga 57 y se presente a gobernador de Virginia y su carrera política explote inesperadamente cuando los sórdidos detalles de su patología sexual se den a conocer. Pero eso es lo que es ahora: Randy Castro, agresor sexual. El título del informe expone su crimen: "Toque sexual contra estudiante, ofensivo". La coma, extrañamente colocada, también podría considerarse ofensiva si no fuera porque los empleados del centro tienen que emplear tantas energías en combatir la epidemia de acoso sexual entre los escolares que ya no pueden permitirse perder el tiempo adquiriendo habilidades secundarias como la puntuación.

Randy Castro no fue detenido hasta que tuvo 6 años, de manera que ¿quién sabe cuánto tiempo duró su reinado de terror sexual? Hace 16 meses, un funcionario escolar en Texas acusó a un niño de 4 años de acoso sexual después de que el chico fuera observado apoyando su rostro sobre los pechos de la ayudante de aula cuando la abrazaba antes de subir a la ruta del colegio. Afortunadamente, el centro tomó medidas radicales y expulsó a ese monstruo enfermo.

A propósito, ¿fue aquella la primera vez en que se empleó en lengua inglesa la expresión "acusó a un niño de 4 años de acoso sexual"? Bueno, pues no será la última: el año pasado, en el estado de Maryland, 16 alumnos de un jardín de infancia fueron expulsados por acoso sexual, así como 3 de parvulario. Los empleados del centro de Virginia se negaron a hacer declaraciones al Washington Post acerca del caso del sátiro Castro por motivos de confidencialidad. Sin embargo, sí afirmaron que la decisión de llamar a los polis fue "producto de un malentendido". Y no es que le aplicaran porras eléctricas ni nada parecido.

Cuando los empleados de la escuela llaman al 911 a causa de "un malentendido" con un chico de 6 años, la culpa es de ellos: él es un crío; y ellos son docentes que se supone están formados y generosamente remunerados para saber cómo tratar con niños. Por cierto, el término "funcionario escolar" no es ni de lejos tan infrecuente como "ayudante de aula de 37 años acusa a niño de 4 de acoso sexual", aunque le suene raro a la profesora de antaño que daba sus clases en un colegio de una sola aula. Allá por entonces, los centros tenían alumnos y maestros, y eso era más o menos todo lo que había. Pero ahora los colegios están llenos de "funcionarios", exactamente igual que el Departamento de Interior.

De manera que, ¿quién mete mano en las escuelas americanas hoy en día? Obviamente, no los viejos verdes de 4 años y los pervertidos de 6: el sistema está haciendo un trabajo excelente persiguiendo a esos pervertidos. No, si usted quiere pillar cacho ha de ser "funcionario escolar". El tribunal de apelaciones del distrito noveno celebró recientemente la vista preliminar del caso de Savana Redding. Allá por el 2003, Savana era una alumna del equivalente al segundo de la ESO de la escuela secundaria de Safford, en Arizona, cuando el subdirector, Kerry Wilson, "actuando por un chivatazo" descubrió que una compañera tenía un puñado de pastillas de ibuprofeno en su bolsillo. La otra chica dijo que las consiguió de Savana, quien lo negó. No tenía ninguna pastilla en sus bolsillos ni en su cartera. El subdirector Wilson, cuyo cerebro funciona de manera peculiar, decidió a continuación que Savana podría estar ocultando el ibuprofeno en el escote o en la entrepierna. De modo que, sin llamar a los padres de la chica, ordenó a una funcionaria escolar que realizara un cacheo a Savana, que fue obligada a mostrar sus pechos y "su zona pélvica".

Si el subdirector Wilson hubiera sido un párvulo de 4 años implicado en un episodio como ése, ahora sería un agresor sexual registrado de por vida. Pero afortunadamente es "un funcionario escolar", así que si decide aplicar técnicas de registro asociadas con el narcotráfico internacional, tiene todo el derecho a ello. Después de todo, el ibuprofeno es un asunto serio. En palabras de Jacob Sullum, de la revista Reason, "es bueno que el centro tomara medidas decididas antes de que alguien pudiera eliminar sus dolores menstruales sin receta".

Las políticas de estos "funcionarios de la enseñanza" son dignificadas por la denominación "tolerancia cero". Una descripción más atinada sería "cordura cero". Un día de estos echaremos la vista atrás a este período de locura estatalmente instituida y nos preguntaremos por el motivo de que aquellos a los que se confía el cuidado de los menores (o más exactamente, aquellos que disfrutan del monopolio estatal de facto del cuidado de los menores) sean incapaces de hacer lo que los profesores de las sociedades civilizadas han podido hacer a lo largo de toda la historia de la humanidad: ejercer el juicio humano individual.

Esta semana, Michelle Obama instaba a los americanos a apoquinar aún más pasta para su sistema público de enseñanza. Estados Unidos gasta más por estudiante que cualquier otra nación desarrollada excepto Suiza, y por lo menos los suizos tienen algo para justificarlo. Se mire por donde se mire, al menos un tercio del dinero que se gasta en las escuelas americanas se desperdicia por completo. Si en vez de derrochar ahí el dinero, lo utilizáramos para enviar a todos los niños a un internado en los Alpes, los párvulos tendrían la gran oportunidad de llegar a segundo sin ser designados acosadores sexuales.

Pero no creo que Michelle Obama lo vea así. La semana pasada nos enterábamos de que una delegada de Obama había dicho a los hijos de su vecino de al lado que se bajaran del árbol y dejasen de jugar "como monos". Desafortunadamente para ella, eran afroamericanos, de modo que fue "multada" por la policía de Carpentersville por sus palabras racistas. Tras difundir la solemne declaración de rigor deplorando unos comentarios tan burlescos, el senador Obama expulsó a la delegada de su campaña metiéndola en un molde de cemento y arrojándola a las aguas del río Chicago. También él sigue una política de "tolerancia cero". En medio de los escombros de las vidas humanas entrampadas en estas estupideces, también hallaremos las ruinas de un elemento indispensable de la sociedad civilizada: el sentido de la proporción.

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