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Agapito Maestre

Deshonor de la justicia

Quienes hacen de una discusión pública un asunto judicial, o quienes derivan a los tribunales lo que no son capaces de ganar en buena lid política o intelectual, no pueden llamarse con honestidad periodistas o intelectuales o políticos.

De la justicia española sólo sé qué reparte injusticia, hace indigno lo digno y el honor desaparece enterrado en la vileza. De la justicia española, del sistema entero de la llamada justicia española, sólo tengo pruebas para mantener que es injusta. Injustísima. Depende de los poderosos. Los criminales salen a la calle y los ricos nunca pagan penalmente por sus delitos. De la justicia española sólo espero miseria, sangre, sudor y lágrimas. Otra cosa son los jueces: mientras que la mayoría se confunde con el ambiente injusto que nos domina, hay unos cuantos magistrados y fiscales –no sé cuántos– que mantienen intactas tanto su dignidad como la justicia a la que sirven. Son estos últimos quienes legitiman la institución de la Justicia. ¿Cuánto durarán? No lo sé, pero el tiempo se les acorta, porque la "democracia" formal está al servicio de la injusticia de hecho.

Esperemos que la sentencia contra Jiménez Losantos sea rectificada en otra instancia judicial. En caso contrario sería comparable al estremecimiento que provoca la noticia de ese pobre diablo, un hombre acusado de violación, que ha pasado 13 años en la cárcel por un delito que no cometió. Ahí está sintetizada la "justicia española". Ojalá otros jueces enmienden tantos despropósitos. De momento, en España, nadie podrá negar que la justicia no sólo está al servicio del poder sino también del "querulante", sí, del "malhechor" moral que utiliza la ley en provecho propio. A eso le llaman los bienpensantes, o sea, los "intelectuales" que son incapaces de separar lo que es el mundo de la política de la ciencia y del derecho, judicialización –qué horrible vocablo– de la vida.

Esa forma suave de terrorismo ideológico es practicada en España sin ningún límite. "Querulantes" –permítanme otra vez la utilización de esta fea palabra– hay por todas partes. Basta mirar el mundo de la universidad o del periodismo, o de la política, para saber a qué atenernos en un país lleno de este tipo de pleiteantes sin honor que hacen de esta palabra su bandera. Terrible. Quienes hacen de una discusión pública un asunto judicial, o quienes derivan a los tribunales lo que no son capaces de ganar en buena lid política o intelectual, no pueden llamarse con honestidad periodistas o intelectuales o políticos, sino "querulantes". Gentes que cifran el honor en una cantidad. El número sustituye al razonamiento y, por supuesto, a la pasión. Todo por la pasta. ¿Por qué el honor se cifra en 100.000 euros y no en 600.00?

Por desgracia para los "querulantes", creo que a nuestro gran Quevedo le sigue asistiendo la razón: "Los letrados defienden a los litigantes en los pleitos como los pilotos en las borrascas los navíos, sacándoles cuanto tienen en el cuerpo, para que si Dios fuere servido, lleguen vacíos y despojados a la orilla. Señor mío, el mejor jurisconsulto es la concordia, que nos da los que vuesa merced nos quita."

En España

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