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Juan Morote

Consenso, ¿para qué?

¿Para qué quieren el consenso? Para que la media España que se resiste a rendirse ante un grupo de asesinos les haga de palmeros.

Cuando Fernando de los Ríos, socialista español, probolchevique incipiente, viajó a Rusia a inspirarse en la Revolución, que habría de traer la paz y la justicia al mundo, preguntó a Vladimir Ulianiov (Lenin), sobre cuándo se implantaría un régimen de libertad en el país. El tirano respondió con la consabida frase: "Libertad, ¿para qué?". Claro, como que a Lenin le importaba bastante poco la libertad, y mucho la represión y la implantación de una dictadura socialista, que duró setenta años a costa de la vida a decenas de millones de personas.

En nuestro caso podemos parafrasear la pregunta extrapolada a lo que significa en España la lucha contra el terrorismo. Tras cuarenta años de intentar acabar con ETA, ¿para qué sirve otro consenso? Para maquillar la irresponsable actuación de un Gobierno que vive de escenificar que se enfada cuando la ETA comete un atentado. Como un niño que finge indignarse porque le han hecho trampas pero no abandona el juego, porque es peor quedarse fuera. Sin embargo, también le puede amparar la falta de entrega y dedicación del principal partido de la oposición en este tema.

El Gobierno de España, como sale en los anuncios de publicidad institucional, no conoce la dignidad, pero sí la hipocresía que, como decía La Rochefoucauld, es el tributo que el vicio rinde a la virtud. Es decir, que hago como que me enojo con los terroristas, mas en el fondo mi irritación no es más que una pasajera contrariedad.

¿Para qué otro consenso? ¿No lo había en el pacto antiterrorista? La verdad es que creo que nunca lo hubo. José Luis Rodríguez Zapatero, jefe de la oposición, pensó que la única alternativa posible que se le presentaba era hacer suya la iniciativa de pacto que había salido de la ejecutiva del PSE presidida por Redondo Terreros, para después, si ganaba las elecciones, apuntarse el tanto de la negociación definitiva que pusiera fin a la ETA.

Y así lo hizo, pero la jugada le salió mal, porque la ETA pidió lo que el Gobierno en aquel momento no podía asumir políticamente. Acto seguido, asistimos a una ceremonia de rasgado de vestiduras encabezada por José Luis Rodríguez, secundado por la vicepresidenta y, cómo no, por Rubalcaba, ex portavoz del Gobierno del GAL. Todos mintieron tras el atentado del parking de la T4 que costó la vida a dos ciudadanos ecuatorianos y siguieron negociando. Resulta muy complicado otorgarles un ápice de credibilidad. Pretenden ahora que nos creamos que sí que van a perseguir a la ETA, que esta vez va en serio. Pero ya no, ya no nos creemos nada.

Así, hemos oído a José Antonio Alonso, portavoz del PSOE, eludiendo instar la disolución inminente de los ayuntamientos gobernados por Batasuna-ETA, o sea, ANV, bajo mojigatos argumentos jurídicos de carácter formal. ¿Para qué quieren el consenso? Para que la media España que se resiste a rendirse ante un grupo de asesinos les haga de palmeros. Busquen para eso a Pepe el Marismeño, que es un profesional.

Me temo que antes del verano asistiremos a una nueva escenificación de la claudicación del Estado forzada por un Gobierno que se avergüenza de lo que representa, que no es otra cosa que la unión de todos los ciudadanos libres de lo que queda de España.

En España

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