Sin entrar a evaluar el déficit democrático creado por la política económica de Zapatero, parece evidente que las contradicciones, paradojas y mentiras del Gobierno sobre la crisis económica son múltiples y salvajes para la economía real de la nación. Cierto es que pocos españoles se salvarán de los efectos perversos que esos embauques y práctica populistas del Gobierno de Zapatero provocarán en sus economías domésticas; sin embargo, en honor a la verdad, las más recientes encuestas y sondeos políticos apenas varían respecto de los resultados reales de las elecciones de marzo. El PP, por supuesto, sube algo en las expectativas de voto. ¡Sólo faltaba que fuera lo contrario!
Pero, a nadie en su sano juicio se le escapa que esa subida, por muy optimista que seamos en su valoración, es irrelevante para pronosticar un cambio de Gobierno. ¿Qué significa eso? Pues que mientras el PSOE se mantiene, y asegura su electorado, el PP no crece y, lo que es peor, quizá esté perdiendo electores. En otras palabras, mientras que las contradicciones socialistas apenas tienen efectos en sus votantes, las paradojas y ambigüedades del PP le están pasando una factura alta, seguramente, demasiado alta. Rajoy, sí, ha querido mimetizar la política populista, o sea, contradictoria y sin principios de Zapatero y le está saliendo, en mi opinión, mal. Otros, más pesimistas que este cronista, dirían rematadamente mal.
¿Mal? Sí: porque parece que las contradicciones de Rajoy no es que sean más evidentes que las de Zapatero, que a veces lo son hasta para los menos avispados, sino que su electorado las detecta con más rapidez e inteligencia que el socialista. El electorado del PP, sobre todo el que está movido por un espíritu radicalmente democrático, o sea, basado en principios políticos de carácter nacional claros y distintos, detecta fácilmente qué es una auténtica contradicción; por poner un solo ejemplo, a nadie se le escapa la paradoja que supone llevar a cabo, por un lado, una crítica contundente de los decretos del Gobierno de apoyo al sistema financiero y, por otro lado, votarlos afirmativamente. O peor todavía, pocos entienden que el PP, siguiendo al PSOE, desligue la discusión de los Presupuestos Generales del Estado de los dos decretos mencionados, aunque el partido de Rajoy vote en contra de esa ley desaliñada y sectaria.
Contradicciones de ese calibre podríamos señalar una cuantas, desde la que se refieren a las políticas lingüísticas hasta su política de alianzas con UPN, pasando por las contradicciones sobre su política de trasvase de aguas. Pero lo decisivo no es sólo el análisis político de esas contradicciones, sino que son fácilmente detectadas por sus votantes como populistas y oportunistas. He ahí el principal problema del PP. Sus electores no quieren ser tratados como menores de edad, sí, no quieren ser tratados como hace el PSOE con los suyos. Esa es la principal cuestión política a debatir en el partido de la oposición. Sí, sí, el elector demócrata y reflexivo del PP se ha percatado de las contradicciones entre los principios y la práctica política de sus dirigentes. Pero ahí no terminan los males ni la crítica del votante demócrata del PP a sus dirigentes. El asunto va más allá, pues el votante del PP no sólo critica la falta de principios de esos dirigentes, sino que lo traten como un ser carente de principios. Este sí que es un problema determinante. El demócrata genuino, o sea, con cuajo moral, puede reconocer que un partido tenga contradicciones, pero no que lo traten como si él no los tuviera. Por ahí no pasa un ciudadano desarrollado moral y políticamente.
En fin, una vez más, el PP se halla ante un problema clásico: sus bases son más firmes y avanzadas que sus elites. Las pruebas están a la vista: mientras que los engaños populistas del PSOE refuerzan su electorado, las contradicciones del PP disuelven su base electoral, o peor, pasa a otros partidos.