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Juan Morote

¿Rajoy o los principios?

El PP ha optado por el pasteleo compartido en la justicia, el CAC, y lo que se presente. Muchos españoles se consideran liberales o conservadores y no tienen complejo de decirlo. No les hace falta decirse centristas para saberse demócratas.

Tras la defenestración de María San Gil, ya sabíamos que algo había cambiado seriamente en el Partido Popular. Se abandonó la postura de firmeza frente a lo que representa ETA-Batasuna y su entorno, y así, han aparecido posturas preconizadoras de un posible diálogo con los nacionalistas denominados moderados. Llamar a un nacionalista del PNV moderado es como considerar al carnicero de Rostock un antropólogo desviado.

Se han abandonado los principios del liberalismo económico, que fueron los que llevaron a la época de mayor prosperidad económica jamás conocida en España. Frente a ellos se ha optado por la complacencia con el intervencionismo más opaco. Los corifeos del entorno de Rajoy le confirmarán en su rumbo de cabeza a la presidencia. Estos ignorantes piensan que la crisis económica va a poder con Zapatero, sin darse cuenta, de que sólo acabará con Rajoy y las naderías que ofrece.

El Partido Popular se enfrenta sin argumentos, sin ideas, sin discurso y presa de un seguidismo acomplejado a un eslalon de elecciones: gallegas, vascas, europeas y catalanas, antes de las generales ¿Con qué argumentos va a concurrir a ellas el PP? No se dan cuenta los prebostes de Génova que Rajoy no resistirá cinco derrotas seguidas antes de las próximas generales. Y si es así, ¿a qué juegan? Desmarcándose de Aznar sólo conseguirán que la gente se aleje del único icono de la victoria del PP en unas elecciones generales.

Sin embargo, lo más grave sigue siendo el cambio claro de discurso; el distanciamiento de Aznar implica un alejamiento de los acuerdos de Niza, del papel preponderante de España en la Unión Europea y de la pretensión de ser alguien en el concierto internacional. El señor Rajoy y sus colaboradores han optado por el pragmatismo político, es decir, han elegido no sufrir el más mínimo desgaste defendiendo una postura firme. En cambio, han decidido ir recorriendo la senda de la tibieza política. Lo más parecido posible al PSOE, pero dando una imagen más solvente.

El PP, en su actual estrategia, ha escogido el pasteleo compartido en la justicia, el CAC, y lo que se presente. Muchos españoles se consideran liberales o conservadores y no tienen complejo de decirlo. Es más, son conscientes de ser los herederos de una tradición democrática que encarna los valores occidentales fundadores de nuestra civilización. No les hace falta decirse centristas para saberse demócratas. Últimamente, el PP ha hecho dejación de su deber de defender la nación española, el uso del español, la libertad de expresión, la libertad de educación, la libertad religiosa, el carácter no confiscatorio de la acción del Estado y tantas otras cuestiones.

El abandono de los principios que reportaron al PP más de diez millones de votos le traerá sin duda malas consecuencias. Y no sólo al PP, sino a todos los españoles. Una democracia no se sostiene con un partido estatista y otro de comparsa que mira el paisaje, mientras los medios tenaces en la denuncia son simplemente clausurados. Cuando el PSOE esté planteando las próximas elecciones generales, el PP se hallará inmerso en una gran crisis de identidad, buscando un líder (tras años carente de él) que le marque el rumbo.

Los responsables del PP están provocando un distanciamiento con su base social, obligando a comulgar con ruedas de molino a militantes y simpatizantes. Me temo que muchos de ellos se plantearán la cuestión como lo hizo Winston Churchill cuando afirmó: "algunos hombres cambian sus principios por el partido y otros cambian de partido por sus principios".

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