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Dario Migliucci

El héroe de unos políticos sin valores

Craxi protegió a un sangriento asesino y traicionó a un aliado, hazañas que para la izquierda italiana merecen un homenaje, ya que con aquella actitud permitió que sus crímenes cayeran en el olvido.

En Italia, la derecha y la izquierda se encuentran siempre en desacuerdo. Los partidos están perennemente enfrentados, pues cualquier asunto político ocasiona disputas y riñas. No obstante, parece que los conservadores y los reformistas de vez en cuando también tienen algún objetivo en común; por ejemplo, en los últimos días se ha producido una tentativa unánime de honrar la memoria de Bettino Craxi. El presidente del actual Gobierno conservador, Silvio Berlusconi, acaba de afirmar que la película recién rodada sobre la vida de Craxi debería proyectarse en las escuelas, mientras que el laborista Piero Fassino hace tiempo aseguró que el Partido Demócrata –el movimiento de la izquierda italiana más grande– se funda sobre valores impartidos por estadistas como Craxi.

Pero, ¿quién fue Bettino Craxi? ¿Quién fue este personaje que, según la mayoría de los políticos del BelPaese, debería ser presentado a las nuevas generaciones como ejemplo de virtudes? Craxi fue el todopoderoso líder del Partido Socialista Italiano, cuya carrera política tuvo un desenlace triste y deshonroso. En efecto, el 30 de abril de 1993, cientos de ciudadanos enfurecidos le arrojaban monedas por la calle a la vez que le gritaban con venenosa ironía: "¡Llévate también este dinero!". De hecho, se acababa de descubrir que Craxi estaba implicado en el llamado escándalo tangentopoli. La investigación judicial manos limpias arrancó tras sorprender a un empresario entregando un soborno; su confesión abrió la clásica caja de Pandora. En unos pocos meses los jueces hundirían, uno tras otro, a casi todos los partidos de la Primera República.

Craxi –el hombre que había soñado con pasar a la historia como el primer socialista que alcanzó la presidencia del Gobierno de Roma– tuvo que huir del país. Escapó a Túnez y allí permaneció hasta el año 2000, cuando murió. Jamás volvió a Italia, pues lo habrían esposado nada más bajar del avión.

Según cuentan muchos de sus viejos admiradores, el ex primer ministro fue víctima de un clamoroso error judicial. Una teoría un tanto osada, ya que el líder socialista ni siquiera intentó defenderse de las acusaciones, sino que se conformó con decir que los otros políticos eran tan culpables como él. En el mismo Parlamento llegó a confesar que los sobornos no eran ni más ni menos que una costumbre de la clase política italiana.

Pese a todo eso, la administración comunal de Milán –una junta de derechas– pretende erigir un mármol para perpetuar su memoria. Incluso Umberto Bossi, líder del partido secesionista Liga Norte, cuyos miembros en los años 90 acudían al Parlamento con una soga amenazando con colgar a los socialistas corruptos, expresó hace poco un sentimiento de piedad, e incluso de admiración, hacia Bettino Craxi. Además, el ex jefe del Ejecutivo de centroizquierda, Romano Prodi, también se mostró partidario del proyecto de dedicar al ex presidente del Gobierno una calle del pueblo siciliano de Sigonella.

La izquierda italiana, en efecto, todavía recuerda con entusiasmo que en dicha localidad el socialista se burló nada menos que del "imperialista norteamericano". En 1985, el Gobierno entonces regido por Craxi permitió la fuga de Abu Abbas, un extremista islámico que la administración de Ronald Reagan señalaba como organizador del secuestro de un buque italiano y del vil asesinato de Leon Klinghoffer, un hombre parapléjico que fue rematado con un tiro en la cabeza y arrojado al agua con su silla de ruedas únicamente por tener pasaporte norteamericano y sangre judía. Craxi resolvió salvaguardar al "inocente palestino" de los "justicieros americanos", sin embargo el terrorista acabó siendo condenado (en rebeldía, obviamente) a cadena perpetua precisamente por un tribunal italiano. Gracias a Craxi, los estadounidenses tuvieron que esperar hasta el 2003 para detener a Abu Abbas. Lo encontraron en Irak, un país en el que había vivido durante muchos años hospedado por Saddam Hussein. Craxi, en definitiva, protegió a un sangriento asesino y traicionó a un aliado, hazañas que para la izquierda italiana merecen un homenaje, ya que con aquella actitud permitió que sus crímenes cayeran en el olvido.

El ex presidente del Gobierno será elevado a modelo para los jóvenes y a ejemplo para quienes quieran convertirse en buenos ciudadanos. Es la enésima mala señal que demuestra cómo los políticos italianos han perdido el norte, olvidándose por completo de valores como la lealtad y la integridad moral. Sólo cabe esperar que las nuevas generaciones de italianos sean mejores que sus actuales gobernantes.

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