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Dario Migliucci

Fútbol, el espejo de un país

El nuevo escándalo del fútbol no es nada más que el espejo de uno de los males más graves que afectan a Italia. La corrupción existe en todo el mundo, pero en ningún país occidental se tolera tanto como en el BelPaese.

Como muchos de los lectores de Libertad Digital recordarán, hace cuatro años el fútbol italiano fue arrollado por un escándalo sin precedentes. La Juventus de Turín, el equipo "más amado y más odiado" por los aficionados italianos, fue condenado a segunda división después de que se descubriese que sus dirigentes habían mantenido vergonzosas conversaciones con los jefes de los colegiados con el fin de conseguir ventajas en los partidos de la liga nacional. Luciano Moggi, controvertido cabecilla del equipo piamontés, fue incluso acusado de haber creado toda una estructura mafiosa para que su Juventus lograra cosechar victorias con la complicidad de unos árbitros corruptos.

El escándalo prácticamente fue archivado con la severa condena de la Juventus. La justicia deportiva reservó unas pequeñas penalizaciones para unos pocos equipos más, pero también hubo equipos que, por el contrario, se vieron beneficiados por el escándalo: en particular, el Inter de Milán –próximo contrincante del Barcelona en la Champions League– se quedó con uno de los dos títulos que le fueron arrancados a los piamonteses. "Es el scudetto de los honestos", afirmaron complacidos y casi al unísono los periodistas deportivos del BelPaese.

Sin embargo, no todo el mundo estaba convencido de que verdaderamente se había hecho justicia. La sensación era que –una vez más– un sistema podrido desde la raíz, en este caso el del Calcio, había intentado sobrevivir a un escándalo sacrificando al exponente más comprometido, posiblemente el más culpable, o quizás sólo el que había sido pillado con las manos en la masa. Desde hacía años, en efecto, numerosos equipos habían sido acusados de actos inmorales como fichajes ilícitos y opulentos regalos para los árbitros.

Un esquema –el de eliminar al exponente más comprometido– que al fin y al cabo se ha repetido varias veces a lo largo de la historia italiana reciente. El caso más célebre fue sin lugar a dudas el de Tangentopoli, un escándalo de corrupción que a principios de los años 90 puso en entredicho la credibilidad del sistema político italiano. También entonces, todas las culpas recayeron sobre la espalda de unas pocas personas, y en particular sobre la del líder socialista Bettino Craxi. Tras entregar a Craxi y a algunos otros políticos socialistas y democristianos a la furia popular, el sistema pudo volver sin más a sus vicios.

En cuanto al escándalo del Calcio, en estos últimos días se han visto confirmadas las sospechas que muchos observadores tuvimos hace cuatro años. Los abogados defensores de Luciano Moggi (la justicia penal tiene cuatro años de retraso con respecto a la justicia deportiva) han podido probar ante un tribunal que los dirigentes de la Juventus no eran los únicos que buscaban los favores de los árbitros. Lo más desconcertante ha sido escuchar las conversaciones telefónicas que –en la misma época del escándalo que llevó a la condena de la Juventus– los dirigentes del Inter de Milán mantenían con los árbitros. Por supuesto, les tocará a los jueces decidir si los ilícitos de los milaneses fueron tan graves como los de los turineses, sin embargo no cabe duda de que "los honestos" –que mientras tanto han conquistado los últimos cuatro títulos de la liga italiana– no eran tan honestos como pretendían aparentar.

Se podría pensar que la verdad está saliendo a la luz y que por fin se llegará a la exclusión de todos los personajes poco virtuosos y que por lo tanto el fútbol italiano volverá a ser claro y transparente.

Sin embargo, es posible que los nuevos entresijos conduzcan a una injusticia aún mayor. El peligro es que se llegue a la siguiente conclusión: puesto que todos eran más o menos culpables, nadie lo era de verdad. En suma, un delito es delito si lo comete una persona, no obstante, si lo comete la mayoría de los actores de un sistema, no se trata de delito, sino de un hábito, que por lo tanto no es punible.

Parece un escenario absurdo, sin embargo fue precisamente éste el paradójico desenlace de Tangentopoli. Años después, al percatarse de que Bettino Craxi no era sino uno de los muchos protagonistas de un sistema de sobornos e ilícitos, se llegó a la conclusión de que ni siquiera él (cuya defensa había sido: hice lo que hacían todos) era culpable. La triste realidad es que, hoy día, tanto las fuerzas políticas de derechas como las de izquierdas están volcadas en la rehabilitación del (ya fallecido) líder socialista, al cual se le dedican plazas y avenidas.

El nuevo escándalo del fútbol no es nada más que el espejo de uno de los males más graves que afectan a Italia. La corrupción existe en todo el mundo, pero en ningún país occidental se tolera tanto como en el BelPaese. Lo malo es que –tanto los ciudadanos como los aficionados italianos– ya se han resignado a la idea de que en Italia "el sistema" –pase lo que pase– siempre consigue sobrevivir.

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