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Guillermo Dupuy

¿Nunca más procesos de paz?

Creo que la razón por la que el terrorismo de ETA se perpetúa en el tiempo no es otra que la apaciguadora forma en la que nuestras élites políticas y mediáticas han tratado de ponerle fin.

Si bien creo que la razón por la que el terrorismo de ETA se perpetúa en el tiempo no es otra que la apaciguadora forma en la que nuestras élites políticas y mediáticas han tratado de ponerle fin, comparto plenamente la cualitativa distinción que ha hecho recientemente Rosa Diez entre las negociaciones mantenidas por el Ejecutivo de Zapatero y la banda terrorista y los contactos que con ella mantuvieron los gobiernos anteriores.

Ciertamente, Aznar y González no prenegociaron una tregua con los terroristas sobre la base de compromisos adquiridos, tal y como sí hizo Zapatero, sino que se toparon con una decisión de alto el fuego, que la banda ya había tomado de manera unilateral o con el cómplice acuerdo de los nacionalistas. Los representantes de ambos predecesores de Zapatero, además, se levantaron de la mesa e interrumpieron los contactos tan pronto los terroristas hicieron sus reivindicaciones políticas. Los enviados de Zapatero, por el contrario, se reunieron con los terroristas en multitud de ocasiones, antes, durante y después del alto el fuego de ETA, con la que mantuvieron las negociaciones sobre la mesa de partidos, sobre su composición y su operatividad.

Es cierto que la acertada afirmación de Rosa Diez de que "ni González ni Aznar convirtieron a ETA en su interlocutor político" podría requerir el matiz de admitir que quienes se reunieron entonces con los terroristas prófugos tampoco es que lo hicieran a titulo personal, sino en nombre y representación de sus respectivos gobiernos. Ahora bien, ni uno ni otro estuvieron dispuestos, ciertamente, a ninguna concesión política que no fueran las referidas al ámbito penal y sólo si se constataba algo tan imposible de constatar como era un cese total, irreversible y, por lo demás, incondicional de la "lucha armada". Zapatero, por el contrario, además de ofertas de impunidad, se mostró dispuesto no sólo a un cambio en "el marco jurídico y político" en el País Vasco "por una tregua cuanto antes" –tal y como señaló en su día El País–, sino que, como recuerda Rosa Diez, llevó la negociación al Parlamento Europeo y sentó a los voceros de los terroristas en la Tribuna de invitados.

Si, según el profesor Reinares en su espléndido Patriotas de la muerte, las clandestinas conversaciones entre el Gobierno de González y ETA –tal y como también se podría decir de las mantenidas por el Gobierno de Aznar– ya supusieron para ETA "un importante reconocimiento interno e internacional al ser aceptada como interlocutor válido por un Gobierno democrático", qué no habría de decirse del balón de oxígeno que, ya en tiempos de Zapatero, recibió la banda en sus pretensiones de "internacionalizar la resolución del conflicto", cuando esa interlocución, después de ser validada en el Congreso de los Diputados, se llevó nada menos que a la sede del Parlamento Europeo; especialmente, si tenemos en cuenta que esa misma sede europea, gracias a la labor rectificadora de Aznar, había incluido poco antes a Batasuna en su lista de organizaciones terroristas.

Creo, además, que cabe otra distinción mucho más decisiva entre los procesos de paz de Zapatero y los llevados a cabo por su predecesores: mientras estos cometieron un error bien intencionado que no tenía otro objetivo que el poner fin definitivo al terrorismo, el objetivo prioritario de Zapatero al prenegociar la tregua era buscar un anestésico que hiciera presentable sus alianzas con los nacionalistas y su frente común contra el PP.

A diferencia de los que piensan que Zapatero no perpetró una infamia, sino un error bienintencionado similar al de sus antecesores, considero que Zapatero no sólo actuó equivocadamente, sino también de manera deshonesta. En caso contrario, no se explica que en lugar de denunciar el chantaje terrorista que conllevaba el anuncio de tregua, lo ocultara; o que en lugar de denunciar la persistente extorsión de ETA, la encubriese, silenciando al tiempo, tanto las justificaciones terroristas para mantener la extorsión durante la tregua, como las denuncias de las empresarios que la padecían.

Gracias fundamentalmente a la resistencia cívica y, de manera paradójica, a la capacidad de este Gobierno de mentir a todo el mundo –incluidos los terroristas–, Zapatero no cumplió todos los compromisos adquiridos en función de los cuales ETA había anunciado su tregua. Ahora bien, despertar esperanzas en los terroristas es casi tan grave como hacerlas realidad.

Reconozcamos, pues, los errores sobre los cuales Zapatero edificó su infamia. Repudiemos definitivamente ese "final dialogado de la violencia" que recogía el Pacto de Ajuria Enea y al que, durante años, dio su respaldo, con mayor o menor convicción, la clase política y mediática en su totalidad. Dejémonos de una vez de memeces, como esas de las "tomas de temperatura" o "entrega de las armas" que sólo hacen que eludir el deber de detener a los prófugos de la justicia, encubrir ofertas de impunidad o despertar entre los terroristas la esperanza de conseguir objetivos políticos más ambiciosos como los que les ofreció Rodríguez Zapatero.

Tomémosle la palabra a este Gobierno mentiroso que ahora dice que la democracia ya no va a dar más oportunidades a ETA respecto a un final dialogado de la violencia. Tomémosle la palabra, sí, de que a ETA sólo le queda el destino de la cárcel y una disolución progresiva como le ocurrió al GRAPO. Esperemos, sí, que el Gobierno de España haga, por primera vez en su historia, el mismo caso omiso a los anuncios de tregua de ETA que los que les ha hecho siempre el Gobierno francés. Sólo de eso depende que ETA abandone toda esperanza: de comprobar que a la negociación que trata de imponernos, tanto cuando mata como cuando nos anuncia treguas, sólo le responde la voluntad, imperturbable y permanente, de luchar contra el terrorismo bajo un imperio de la ley que no admite intermitencias.

En España

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