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Cristina Losada

El partido se (la) juega

Zapatero se ha caído del cartel y se recurre al inquilino de la Casa Blanca. Muy deteriorado ha de estar el atractivo de nuestro primer actor, imprescindible amuleto para el triunfo hasta hace poco, para que se le sustituya sin contemplaciones.

Una presencia, en ocasiones, sólo subraya una ausencia. Así ocurre en la campaña socialista para las elecciones europeas, que ha pasado de aquella promesa de volver a Europa al expediente de meternos de matute en los Estados Unidos y con derecho a voto. Hace falta descaro para poner en letras de molde que podremos votar por Obama con la papeleta del PSOE. Pero también hay necesidad. Zapatero se ha caído del cartel y se recurre al inquilino de la Casa Blanca. Muy deteriorado ha de estar el atractivo de nuestro primer actor, imprescindible amuleto para el triunfo hasta hace poco, para que se le sustituya sin contemplaciones. De ahí que el lema oficial "ahora el partido se juega en Europa" se nos transforme en el que sirve de título a esta columna. Barack es el único que puede obrar el milagro de ganarles ese match. Con suerte.

Por lo demás, la de los socialistas se perfila como una de esas campañas europeas que insisten en refutar la pertenencia de España a Europa. Una de las que con sus lemas, sus spots y sus concetos se empeñan en negar que este país participa de la cultura que se desenvuelve al norte. Es digna sucesora, pues, de aquella a favor de la Constitución europea que inscribía a los españoles en el analfabetismo político. La que ofrecía como señuelo a unos cantantes folclóricos que proclamaban que había que votar que sí porque lo decían los que sabían de "esas cosas". Sabiduría popular del Antiguo Régimen en esencia. Sin olvidar el Referéndum Plus, que encerraba a Europa en una botella como si fuera un genio de las Mil y Una Noches.

No se le puede pedir finezza a la propaganda, cierto, pero de ahí a que provoque vergüenza ajena va un trecho largo. Salvo que nos pase como al partido de Zapatero, que se distingue por carecer de sentido del ridículo; lo cual, dicho sea de paso, explica en parte su éxito. Sonroja, no obstante, la persistente y supina ignorancia sobre los neoconservadores de que hacen gala nuestros socialistas en su afán por dibujar con gruesos trazos un universo maniqueo a la altura de cualquier simple. Señal de que toman por simples y desinformados zotes a sus clientes. Pero es verdad que aciertan en un punto. Hay, y desde hace tiempo, dos visiones del mundo frente a frente. Y la de Zapatero preconiza el apaciguamiento, la entrega, la rendición preventiva ante aquellos que se proponen destruir la civilización y la sociedad abierta. Lo risible tiene su lado oscuro.

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