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Florentino Portero

Donde dije digo...

Tarde pero bien, Obama ha comprendido que estaba haciendo el juego a Chávez y a sus compadres bolivarianos, que estaba imponiendo a los hondureños el fin de su Estado de Derecho en un inaceptable ejemplo de injerencia internacional en una cuestión interna

A las puertas de las elecciones presidenciales hondureñas no me resisto a hacer una breve reflexión sobre el papel jugado por Estados Unidos en una crisis que nunca debió de ser tal.

Cuando las instituciones de aquel país, en correcta aplicación de la Constitución, depusieron al entonces presidente Zelaya por tratar de violar el marco legal, aquellos gobiernos más afines al destituido –bolivarianos, populistas, marxistas...– trataron de movilizar a las organizaciones regionales en su favor. El hecho de que Estados Unidos Unidos se sumara fue determinante para que aquella operación claramente antidemocrática cuajara. Era un ejemplo de irresponsabilidad y de frivolidad. No sólo se atentaba contra la estabilidad democrática de un Estado soberano, además se actuaba claramente en contra de los intereses norteamericanos en la región. Obama buscaba imagen progresista y parecía dispuesto a primar sus prejuicios ideológicos al rigor intelectual y a la obligada defensa de los intereses en juego ¿Qué sentido tenía que Washington avalara una operación de desestabilización orquestada por sus enemigos declarados en América Latina?

El Partido Republicano y la prensa conservadora se movilizaron, denunciando la insensatez que se estaba cometiendo y realizando acciones de bloqueo en el Senado. Es de suponer que desde el Departamento de Estado se trató de recomponer el paso dado, explicando a los fundamentalistas progres de la Casa Blanca la gravedad de la situación y el desconcierto provocado en gobiernos amigos y aliados.

Sin pedir disculpas, sin dar explicaciones, Estados Unidos ha cambiado de política. Insisten en que están aplicando los acuerdos firmados en el marco de la la OEA... pero no es verdad. Tarde pero bien, Obama ha comprendido que estaba haciendo el juego a Chávez y a sus compadres bolivarianos, que estaba imponiendo a los hondureños el fin de su Estado de Derecho en un claro e inaceptable ejemplo de injerencia internacional en una cuestión interna. Sólo los hondureños tienen que decidir quién debe ser su presidente. Las elecciones estaban convocadas con anterioridad y de ellas debe salir un mandatario legitimado para gobernar.

No es éste el único error grave cometido por el nuevo presidente norteamericano en política exterior, pero tiene en común con algunos otros el ser resultado de anteponer el prejuicio ideológico al análisis serio. La nueva Administración tiene tanta necesidad de marcar diferencias con anteriores presidencias que se deja llevar por actitudes sectarias. El tiempo dirá si son capaces de superar esta tendencia, renunciando con ello a una singularidad de consecuencias desastrosas.

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