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Gina Montaner

Una jornada particular

El sentimiento de haber cumplido con un ciclo ya se había materializado. A cada rato muere un tirano, pero unas Damas vestidas de Blanco no marchan todos los días con la cabeza alta y la mirada de frente.

El pasado 25 de marzo amaneció soleado. Estaba asignada a formar parte de la cobertura televisada que seguiría la marcha organizada en Miami en apoyo a las Damas de Blanco en Cuba. Todo apuntaba a que sería una jornada eléctrica, larga y calurosa. Antes de marcharme de casa recordé llevar un sombrero de paja y hasta un foulard que, en un momento dado, podía hacer las veces de turbante.

No son frecuentes las ocasiones en las que tengo la oportunidad de cubrir en directo la noticia que reverbera en la calle. Digamos que son más las horas que se pasan en la redacción y frente a un ordenador, que en el epicentro de un acontecimiento histórico. Por eso me entusiasmó tanto la idea de participar en la cadena informativa de un evento que aparecería de un momento a otro desde una punta a otra de la Aldea Global. 

Llegué temprano a la Calle Ocho junto a otros de mis compañeros de equipo y en las primeras horas pude desplazarme con sosiego en el tramo donde se llevaría a cabo la manifestación pacífica que con tanta generosidad habían convocado los artistas Gloria y Emilio Estefan. Allí estaban muchísimos de los colegas que uno ve en otras estaciones; que uno escucha en las emisoras o lee en los diarios. Reencuentros con viejos amigos de la profesión a los que no veía hacía tiempo. Amistades que se forjaron allá por el pleistoceno de nuestros veintitantos años, cuando dábamos nuestros primeros pasos (¿o acaso eran tropiezos?) en las salas de redacción. Y allí seguíamos: algo más marchitos y ya no tan ágiles como hace la tira de años, pero a la búsqueda de testimonios valiosos, imágenes poderosas y esa magia de la transmisión en vivo, cuando los Dioses están de nuestra parte y los planetas se alinean hasta que desde una sala de control te avisan "Queda un minuto antes de finalizar". Y así, como quien no quiere la cosa, han transcurrido un par de horas de cobertura continua.

Resulta curioso situarse en el centro de la crónica pura y dura que se desarrolla por momentos y, al estar inmersos en la inmediatez del vértigo, no ser capaces de digerir en ese preciso instante la dimensión del hecho. Allí estábamos, viendo desfilar a miles de personas cuyo respetuoso silencio era un grito por la libertad y la esperanza. Pero sumidos en el torbellino, el que divulga la noticia no alcanza a vislumbrar el significado de los gestos. El alcance de la solidaridad. El impacto de unos puentes que unen a los que otros pretenden separar para siempre.

Pasadas las siete de la tarde nos llegó el aviso de "Queda un minuto antes de finalizar", y fue en ese breve espacio cuando el monitor frente a los presentadores reflejó la imagen de las Damas de Blanco marchando en la Habana. No sé si fue un minuto o toda una vida, pero su paso firme hasta el Malecón mientras eran increpadas por las turbas de repudio, me devolvieron a la tierra y todas sus tristes injusticias. ¿Sería capaz yo de levantar la voz por los que sufren presidio político bajo una tiranía innombrable? No hay flores suficientes en este mundo para honrar a estas valerosas mujeres.

De regreso a casa en la noche, comprobé que ni el sombrero de paja ni el improvisado turbante consiguieron protegerme de los rayos solares. Estaba agotada y, tras la tensión del día, el cuerpo me dolía como si me hubieran propinado una paliza. A pesar del cansancio, no acababa de conciliar el sueño. Algo me rondaba la cabeza. Durante muchos años había pensado que mi carrera como periodista se vería culminada de algún modo si me tocaba cubrir en directo la noticia del fin de la dictadura castrista o, si se quiere pensar en el principio del fin, la muerte de Fidel Castro. Sin embargo, el pasado 25 de marzo comprendí que no era así. El sentimiento de haber cumplido con un ciclo ya se había materializado. A cada rato muere un tirano, pero unas Damas vestidas de Blanco no marchan todos los días con la cabeza alta y la mirada de frente. Al fin conseguí dormir.

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