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Woodward nos cuenta el secreto

Nos presenta un Obama desesperado por encontrar la salida a esa guerra que él mismo proclamó de necesidad y a un Pentágono y unos militares que no acaban de resignarse a la derrota, aunque también hay de todo.

Decididamente Bob Woodward sigue siendo el príncipe de los periodistas de investigación. Ahora con las Las guerras de Obama, que resultan ser las mismas que las de Bush, aunque en este caso se centra sobre Afganistán. Acerca del Irak de Bush escribió sus tres anteriores libros. Para mayor exactitud, aquellos como éste versan sobre los aspectos washingtonianos de los conflictos, lo que casi es mucho decir, porque apenas si salen de la Casa Blanca para rondar por el Pentágono, el Departamento de Estado o algún que otro centro de poder capitalino. Porque de lo que se trata es de la elaboración de las decisiones en el lado americano.


Si el tema interesa, los libros son apasionantes. Desvelan una montaña de secretos todavía palpitantes, revelados por sus protagonistas, que aderezan sus relatos con documentos de los que por ley deberían dormir en los archivos hasta dentro de 30 años como mínimo. No podemos dejar de preguntarnos cuánto puede haber de alta traición en todo ello. Desde luego es transparencia a toneladas, de la que el enemigo no puede dejar de obtener un sustancioso partido, aunque sólo sea por el conocimiento intelectual de los que tiene en frente y de sus procedimientos. Es, claro, una transparencia selectiva, pero cuál no, podría alegarse. No todos hablan, y como en las memorias, cada parlante trata de quedar lo mejor posible y de emborronar a sus rivales en las guerra intestinas. Por su parte, el autor es benigno con quien le proporciona mucha información y un tanto vengativo con quien se la niega. El libro está hecho con más de cien entrevistas y muchos papeles sólo para los ojos de muy pocos.

Nos presenta un Obama desesperado por encontrar la salida a esa guerra que él mismo proclamó de necesidad y a un Pentágono y unos militares que no acaban de resignarse a la derrota, aunque también hay de todo. Los resistentes se aferraban a un incremento de cuarenta mil soldados, los que aspiraban contentar al presidente, con el vice Biden a la cabeza, presentaban planes en que veinte mil eran suficientes, con lo que ya sabemos de qué sofisticado procedimiento aritmético salieron los treinta mil definitivos, si bien la innovación obámica en esa rama de las matemáticas consistió en el ponerle un límite temporal al esfuerzo. A partir de mediados del 2011 comienza el retorno. ¿Por qué? "Porque no puedo perder a todo el Partido Demócrata", frase que ha dado muchas veces la vuelta al mundo en los últimos días. Podía haber dicho otras muchas cosas: "porque todos mis votantes sabían que mi apoyo a la guerra afgana era de mentirijillas y no estoy dispuesto a convencerlos de lo contrario como hizo mi admirado Frank Roosevelt con una opinión aislacionista que no quería saber nada de la guerra mundial en curso. Ni tampoco soy como Bush, dispuesto a ganarle a los terroristas en Irak, ‘aunque no me apoye más que Laura y Barnie’, siendo Barnie su perro". Desde luego que Obama no lo apoyó nunca, aunque en la reciente hora de dar Irak por casi cerrado –aunque bastante en falso–, no se atrevió a reanudar sus críticas.

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