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Serafín Fanjul

Contra la integración

Diríase que las autoridades francesas han decidido nadar y guardar la ropa, adoptando esa clase de medidas tibias que se quedan a medio camino de todo y arruinan los grandes asuntos (Nicolás de Azara dixit).

En Francia han empezado a multar a las personas que pretenden –con un pretexto religioso– circular por nuestras ciudades con el rostro cubierto. Las sanciones son casi simbólicas, en comparación con el riesgo que entrañan para la seguridad y –a fortiori– por la resuelta provocación que significa ese comportamiento contra la libertad del ser humano y contra el régimen consuetudinario establecido en nuestros países, inventores de nociones tales como igualdad, democracia, tolerancia y compasión para con los débiles. Diríase que las autoridades francesas han decidido nadar y guardar la ropa, adoptando esa clase de medidas tibias que se quedan a medio camino de todo y arruinan los grandes asuntos (Nicolás de Azara dixit). O dicho de otro modo: no entienden que no se puede ser enemigos a medias. Aunque por algo se empieza.

El pago de 150 euros y la asistencia a un tierno cursillo de ciudadanía republicana saldará la infracción. Bueno está, tampoco es cosa de reclamar la cabeza de la infractora, como si estuviéramos en Arabia, Paquistán o Persia persiguiendo a una cristiana que muestra un crucifijo, o a la que se acusa (aun sin pruebas) de haber insultado al Profeta de los musulmanes. Más problemática es la punición de quien obligue a la pava (marido, padre, hermano, tío, primo, sobrino o, simplemente, el vecino del quinto, por descontado del sexo masculino). Y decimos problemática no por los dos años de cárcel que, al parecer, le pueden caer, sino por lo difícil –dificilísimo– que será probar que el tipo ha obligado a enmascararse a la enmascarada. La orden de guante blanco cursada a la policía, en el trato con las vociferantes provocadoras (fueron a manifestarse a Notre Dâme: qué casualidad) cierra el círculo de la incongruencia. Gobierno y legisladores franceses se han quedado cortitos, de forma que a medio plazo deberán modificar o revocar la ley, ante la cascada de broncas que van a inducir los cabecillas de las comunidades musulmanas, aunque sin aparecer en primera fila si no es para lamentarse de la persecución que padecen.

¿Y nosotros? Es ocioso repetir argumentos, manidos de puro utilizados, conocidos y resobados. No haremos tal, sólo recordaremos que nuestros supuestos defensores de la mujer ("ista, ista, ista, Zapatero feminista": qué sentido poético, cielos) andan fugitivos y mohínos escurriendo el bulto y dejando que sean las corporaciones locales quienes se mojen. Y cuando lo hacen, acuden en tromba, PSOE, CiU, IU y toda la sopa de letras a sofocar cualquier intento del PP (timidísimo, como siempre) de racionalizar la cuestión en términos lógicos y dignos para todo el mundo, que los hay. Una vez más pedimos que aparezcan y se distancien de la barbarie los llamados musulmanes moderados (y hasta islamistas), tan mencionados genéricamente por políticos y periodistas de acá, tan invisibles y silentes ellos. De momento, alguno ya ha abierto la boca: medida exagerada, injusta, discriminatoria y bla, bla. Más manivela para el victimismo, encima. ¡Qué descubrimiento: no tienen la menor intención de integrarse, ni siquiera en cuestiones menores!

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