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La alargada sombra de Irán sobre Siria

El dictador sirio se juega simple y llanamente la supervivencia de él, de su familia y de la elite chií que les ha acompañado todos estas décadas en la dirección del país y la supresión de los derechos de la mayoría religiosa suní.

Las revueltas populares que se están sucediendo en Siria, con la feroz represión de la dictadura de los Asad hacia los manifestantes como respuesta, no pueden despacharse a la ligera como una expresión más del descontento popular contra unos gobernantes autócratas en tiempos de crisis, tal como ha sucedido en Marruecos o Egipto, por utilizar los dos ejemplos más cercanos en el espacio y el tiempo. Más allá de la frustración de un pueblo sometido a los rigores de la recesión económica y unos jóvenes sin porvenir, las revueltas sirias y la respuesta del Gobierno obedecen a una serie de circunstancias añadidas que convierten su caso en mucho más trascendente para el futuro de toda la zona.

En Siria no se está dilucidando únicamente el mantenimiento de un régimen corrupto surgido de la descolonización o la lucha entre grupos tribales de similar relevancia nacional para alcanzar el poder, tal y como está ocurriendo en otros países de la región desde hace algunos meses. Aunque alguna de estas características es compartida en mayor o menor medida por todos los países del mundo árabe-musulmán, en Siria el proceso se agrava porque se trata de un estado controlado por una minoría religiosa, la alauita de origen chií, que oprime a una inmensa mayoría formada por creyentes suníes, lo que otorga a su caso una dimensión vital para potencias chiitas como Irán cuyo principal objetivo es mantener su preponderancia religiosa en toda esa zona.

Con estos elementos de juicio es fácil entender por qué el régimen sirio no ha planteado un programa serio de reformas democráticas para descentralizar el poder compartiéndolo con sus opositores o, más aún, por qué se está empleando a fondo en la represión ciudadana provocandouna masacre tras otra. Bashar al Asad no se juega simplemente la posibilidad de perder ciertas cuotas de poder para ser compartidas en términos democráticos. Se juega simple y llanamente la supervivencia de él, de su familia y de la elite chií que les ha acompañado todos estas décadas en la dirección del país y la supresión de los derechos de la mayoría religiosa suní.

Si sumamos a todos estos elementos la colaboración ya indisimulada de Irán, poniendo a disposición del dictador sirio a sus mejores y más despiadados especialistas en represión ciudadana, es evidente que lo que ocurra de ahora en adelante en aquel país va a tener serias implicaciones geoestratégicas incluso a corto plazo.

En la última revuelta instigada por los Hermanos Musulmanes en Siria, el régimen de los Asad no tuvo el menor empacho en matar a 20.000 civiles en lo que desde entonces se conoce como la matanza de Hama. Tal vez sea ese precedente el que ha llevado a Obama a lanzar una seria advertencia al régimen. Por desgracia no es descartable que algo parecido a aquella brutal masacre vuelva a suceder. Y estando Ahmadineyad por medio, menos aún.

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